Mi Che, sobre la base del ejemplo
Roberto Pérez Betancourt
Este jueves 14 de junio recordamos el natalicio 90 de Ernesto Guevara de la Serna, quien trascendería en la historia mundial como Che, el argentino que se hizo guerrillero cubano e internacionalista, cuya personalidad impactó de diversas formas en quienes lo conocieron y trataron en alguna de las varias circunstancias en las que se desenvolvió durante su vida, como médico, dirigente administrativo, luchador por la libertad de los pueblos, escritor, ajedrecista aficionado, padre, esposo, simple ser humano…
Mi Che, igualmente, es –sigue siendo, a pesar del tiempo y de su partida terrenal- un ser diverso y difícil, sobre todo porque poseía una cualidad esencial que no abunda: la honestidad de principios, la franqueza en el trato directo - a veces casi de tono provocador-, y la certeza visible de que el ejemplo personal puede borrar cualquier resistencia del interlocutor, aun cuando este no coincida con sus puntos de vista.
Conocí y traté personalmente a Che en tres ocasiones: La primera en la escuela Patricio Lumumba, creada por su propia inspiración para la formación emergente de administradores de empresas en el año de 1961, apenas dos años después del triunfo armado de la Revolución cubana, cuando él se desempeñaba como Ministro de Industrias.
En diciembre de 1962 Che habló en la clausura del primer curso, donde recibimos nuestros respectivos certificados de graduados después de un año de maratónicas clases, que incluían desde contabilidad y economía política hasta química, matemática, filosofía, física y un largo etcétera formado por materiales clásicos del marxismo leninismo.
Entre las cosas que allí dijo Che, una de ellas no me agradó cuando abogó por lo que llamó “desestímulo material”, fórmula que, según explicó, sería formadora de conciencia, y consistía en descontar más por el incumplimiento de las normas, que lo que se pagaba al trabajador por el sobre cumplimiento.
Cuando terminó su exposición me acerqué y con el mayor respeto le expresé que no estaba de acuerdo y me parecía más apropiado aplicar el estímulo material directo. Che me miró de arriba abajo, me preguntó que de dónde yo había salido, y tras enterarse de mi procedencia como tipógrafo del diario Hoy, dijo que había que buscar un camino más corto para construir el socialismo.
Al percatarse que se formaba un grupo números de alumnos graduados, disertó sobre el sistema de financiamiento presupuestario en contraposición al de cálculo económico o autofinanciamiento, lo que suscitó polémica entre los presentes. Se apreció que no había unanimidad de criterio. Che simplemente reiteró lo que minutos antes había expresado como política a seguir en el organismo que dirigía, y terminó con una frase que también había lanzado desde el estrado: “les aviso para que estén enterados…”
Cuando recibí el nombramiento como administrador de la fábrica de Jarcias de Matanzas, a finales de 1961, visité el Ministerio para trámites formales y vi a Che en uno de los corredores. Para mi sorpresa, el Comandante se me acercó y como si me hubiera tratado el día anterior, me lanzó uno de sus dardos:
--¿Qué haces aquí en La Habana? ¿No debías de estar en el sitio que te asignaron para administrar, o es que te gusta más la capital…?
--Comandante, yo nací en La Habana, y me gusta, pero vine a recoger la Resolución del nombramiento y enseguida parto a Matanzas…
-- Así que te vas a Matanzas… Por allá está esa playa famosa, de Varadero. ¿Vas a trabajar allí?
--No, Comandante, me asignaron a la industria de henequén, la Jarcia.
--Esa es una fábrica importante para el país, y tiene un taller en Cárdenas, estratégicamente situado, que debe mantenerse allí. Ya nos veremos --, dijo y se marchó, dejándome con la boca abierta.
La tercera ocasión en que hablé con Che fue en la propia Jarcia. Un día apareció en el umbral de la entrada principal de las oficinas. La puertas del despacho administrativo estaba abierta y desde allí divisé su inconfundible figura recortada a contra luz. Yo estaba intentando reparar una pequeña mesa de dibujo y continué en ese empeño. Che venía con varios funcionarios del Ministerio y de la Empresa de Fibras Duras, radicada en La Habana. Luego de saludar al personal de oficina, el Ministro continuó hacia el hasta el despacho donde estaba y al llegar, disparó:
--¿Y tú de donde saliste?
Fue la misma pregunta que me había formulado meses atrás. Esta vez no me tomó de sorpresa. Uno de los funcionarios que lo acompañaba se adelantó obsequioso, y le informó: “El compañero es el Administrador, Comandante”
--Yo creía que era el carpintero-, dijo Che, y clavó en mí su mirada, esperando una respuesta satisfactoria. Intenté una explicación...
--Es que esta mesa está coja y la necesito para unos gráficos de estadística, y…-No me dejó terminar.
--El deber de un Administrador es administrar, no robarle el tiempo a sus obligaciones. Para reparar esa mesa debes tener alguien que sepa hacerlo, y tú no eres carpintero, obviamente se ve…
Después echó una humeada con su tabaco corto, me pasó un brazo sobre los hombros y cambió de asunto para decirme:
--A ver enséñame la fábrica y di lo que has aprendido…
Cuando supe de su caída en Bolivia ya no era administrador. Razones, desmotivaciones y exigencias partidistas me llevaron a emplear mi experiencia tipográfica y mi vocación periodística al periódico Girón. Allí seguimos las incidencias que se iban conociendo sobre la vida de Che como combatiente internacionalista. Los archivos del diario matancero dan fe de aquella etapa de febril actividad en los talleres y en la redacción, jornadas que comenzaban por la mañana y terminaban en la madrugada del siguiente día. Se hacía periodismo nocturno para sacar en tiempo un diario mañanero. En el esfuerzo de todos los compañeros estaba presente, como un catecismo, el ejemplo de Che.
Parodiando aquellas palabras de que “el deber de un Administrador es administrar” comprendí además que el deber de un periodista es hacer periodismo. Y el deber de un revolucionario como Che, era hacer eternamente la revolución y luchar contra lo mal hecho, por la justicia social, sin paños tibios, frontalmente, eso sí, sobre la base del ejemplo.
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