27 de noviembre de 1871: ¡Todos inocentes!
Roberto Pérez Betancourt
El falso delito: Haber profanado la tumba de un periodista español.
La intención macabra: Asesinar a jóvenes nacidos en Cuba a manera de "escarmiento" para ahogar intenciones libertarias.
El procedimiento: Consejos de guerra improcedentes y amañados.
Las sentencias: ilegales, brutales, improcedentes, bárbaras, asesinas...
Los asesinos: Todas las autoridades del colonialismo español involucradas en los crímenes en la rebelde Isla de Cuba.
La trascendencia: Imborrable y activa en la memoria de todos los cubanos, reafirmadora del espíritu independentista, alimentadora de rebeldía en la historia de la nación cubana.
A 146 años del hecho, para crispar puños basta a las nuevas generaciones leer los nombres y las edades de aquellos muchachos que en plena flor de la vida fueron cercenados por el odio y la soberbia de los llamados "voluntarios españoles" con la anuencia cómplice de los gobernantes en la beligerante colonia española.
Había faltado a clases el profesor de anatomía y cinco de los alumnos de los 45 matriculados decidieron ir al cementerio de Espada. Allí pasearon, conversaron, pasaron el rato. Uno de ellos dijo después que había arrancado una flor.
Voces oscuras tejieron una trama macabra y escandalizaron: "Profanada la tumba del periodista español Gonzalo Castañón; apedreado el cura del cementerio y amenazada de muerte si hablaba..."
Apresados todos los muchachos de la clase, de pronto se vieron frente a un Consejo de Guerra. Nadie lo creía. Parecía una broma. Pero a quien se le iba a ocurrir...
Aunque la presunta falta de los jóvenes era de carácter civil, el General de División Romualdo Crespo indicó Consejo de Guerra en campaña.
Las primeras sentencias no complacieron a los incoadores del genocidio. El segundo Consejo brindó resultados más aceptables para los sedientos de sangre cubana:
Ocho jóvenes fueron sentenciados a morir fusilados: los cinco que visitaron el cementerio más tres escogidos en sorteo; cuatro a seis meses de cárcel.
Los mártires de la barbarie
Juan Pascual Rodríguez Pérez, 21 años de edad; José de Marcos Medina, Anacleto Bermúdez González de Piñera, Eladio González Toledo, Carlos Augusto de la Torre Madrigal, todos de 20 años de edad; Carlos Verdugo Martínez, Ángel Laborde Perera, de 17 años de edad y Alonso Álvarez de la Campa, 16.
Aunque trascendió que Verdugo Martínez se hallaba en Matanzas el día de la visita al cementerio, no fue excluido del fusilamiento.
De espaldas al pelotón, de rodillas, en parejas y con las manos atadas frente a los muros de los barracones del Real Cuerpo de Ingenieros, entonces cercanos a la fortaleza de la Punta y a la cárcel de La Habana, aproximadamente a las cuatro y 30 minutos del 27 de noviembre de 1871 atronaron los fusiles y Cuba se vistió de luto.
Su único pecado era amar a la patria, tal como confesaron poco antes de ser asesinados José Martí, apóstol de la independencia de Cuba, escribió: "¿...Qué son ya más que polvo y memoria, aquellos que en un sueño de sangre salieron sin culpa y sin miedo de la vida...?"
Fueron echados en fosa común a las afueras del cementerio de Colón, sin bendición religiosa, sin ataúd, sin el adiós de los familiares que no pudieron rescatar sus cuerpos de las garras de los asesinos, sin una cruz cristiana que marcara el sitio de la ignominia.
El 10 de octubre de 1871 el Capitán General de la Isla, General Blas Villate y de la Hera, Conde de Valmaseda, suprimió los estudios de doctorado en la Universidad de La Habana.
Tres años antes, en igual fecha, Carlos Manuel de Céspedes, el padre de la patria cubana, había liberado a sus esclavos y al grito de Viva Cuba Libre en la localidad oriental de Yara, se lanzó a la manigua a luchar por la independencia.
Las autoridades españolas nunca protestaron contra la injusticia cometida, ni encausaron a los culpables, al contrario ascendieron por méritos a quienes elaboraron la patraña para obtener méritos ante la Corona.
Uno de los personajes que alentó el furor de los voluntarios, luego llegó a confesar que durante aquellos sucesos "nadie se ocupó de averiguar la verdad de los hechos". Años después, un hijo de Gonzalo Castañón, reconoció el sepulcro de su padre y declaró públicamente que no tenía señal de haber sido abierto o profanado, como dejó constancia el capitán Federico Capdevila, defensor de los estudiantes.
En 1886 se desestimó una solicitud de revisión del proceso amañado, y en 1934 España ignoró gestiones oficiales en igual sentido.
Los hechos pasaron a formar parte de los muchos ejemplos de historia de opresión y genocidio apañados en juicios inmorales. Una realidad que, lamentablemente, todavía se puede observar allí donde el despotismo, la soberbia, la incapacidad evidente, la prepotencia, la explotación y el abuso sistemático siguen siendo cotidianidad para millones de sufridos seres humanos.
(TVY)(Bibl.: A 100 años de 1871, Gálvez Le Roy F.L. Ed. C. Soc. La Habana 1971. Archivos del autor.)(Actualizado en 27/11/17)
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