Mi personaje inolvidable: Amparo, siempre de visita en los días de Girón
Roberto Pérez Betancourt
Fue un compromiso contraído una fresca mañana de abril del año 1982, cuando conversé por última vez con Amparo Ortiz Suárez, la cienaguera(*) que perdió a casi toda su familia asesinada por los mercenarios que en abril de 1961 desembarcaron en Playa Larga y Playa Girón, (Bahía de Cochinos), al sur de la provincia de Matanzas.
Con la reedición de esta entrevista cumplo un compromiso contraído mientras saboreaba una taza de café colado por Amparo con la magia de sus manos amorosas. Sin replicar, escuché la tranquila voz de la anciana decir que presentía su próximo fallecimiento.
Pero ella no quería marcharse de este mundo sin formular antes un pedido salido de lo más profundo de sus sentimientos: “ Que no se olvide, que el tiempo no borre la memoria", dijo.
En su modesta casita del poblado de Caletón pidió que en cada aniversario se recordara su testimonio, destinado "... sobre todo a la gente joven, a la que hay que explicarle bien cómo era antes esta Ciénaga de Zapata, y todo lo que la Revolución y Fidel han hecho aquí, y que conozcan lo que vinieron a hacer los mercenarios y cómo masacraron al pueblo..."
El corazón herido de Amparo no resistió mucho más, y poco tiempo después, el 16 de junio de 1982, falleció como consecuencia de un paro cardíaco a los 71 años de edad.
AQUÍ MISMO, EN ABRIL DE 1961…
--Yo había acabado de perder a mi hijo de un ataque al corazón -explica Amparo-,
unos familiares y amigos me estaban acompañando. De pronto se sintieron unas explosiones y comenzó un gran tiroteo. Mi sobrino dijo que saldría a investigar, y enseguida regresó gritando: "¡Tírense al suelo, dicen que es una invasión de los yanquis!"
-- El barco Hudson, frente a Playa Larga y Caletón nos bombardeaba. Como a las cuatro de la madrugada avisaron que buscarían un transporte para sacar del lugar a los heridos y a las familias. Nos fuimos a la carretera, pero el tiroteo era enorme y entramos en un ranchito de carboneros, allí cerquita.
--Al amanecer vimos cruzar a los aviones con las insignias cubanas. Cira María García, la responsable de la Federación, se emocionó y comenzó a gritar: "¡Patria o Muerte!". Todos nos unimos a ella y nos contestaron con detonaciones grandísimas que salían de la manigua. El enemigo se acercaba y decidimos salir, aun debajo del tiroteo. Al ratico llegó un camión tipo plancha, montamos y el chofer enfiló hacia la salida, con idea de seguir hacia Jagüey Grande.
Amparo hace una pausa para ordenar ideas y reponerse del nerviosismo que le causa rememorar instantes dramáticos. Insiste: "... los nuevos, que aprenden a leer cada año, deben saber bien lo que sucedió, aquí, en Cuba, porque, hijo, hay gente muy desmemoriada..."
DE PRONTO, LA MASACRE
---Los mercenarios se habían posado por donde salió el camión. En aquellos días el centro turístico de Playa Larga estaba en construcción... De pronto sentimos los estampidos de las ametralladoras calibre 50 y 30. ¡Fue terrible! Mataron a mi esposo Ramón López, a mi hermana María, hirieron a Cira García, que después falleció, a mi sobrina Dulce María Martín y a una muchacha que vivía con nosotros. Vi cuando el esposo de ella se la echó al hombro y salió corriendo, como si lo estuviera mirando ahora mismo: una bala le voló la gorra que llevaba puesta y siguió con la mujer, corriendo como loco. De milagro no los mataron.
--Yo me tiraba en el suelo --continúa relatando Amparo--, me levantaba enloquecida, buscando a mis familiares, allí mismito, donde está el obelisco, en el entronque de la carretera que va de Playa Larga a Caletón. Entre cielo y tierra nada más había humo y tiros.
-- Los milicianos del batallón 339 de Cienfuegos habían llegado. Por mi lado cruza José Luis Paredes, aunque en ese momento yo no conocía su nombre. Me grita: "¡Ay, señora, que la matan!", me hala por la saya y caigo junto a él, que ya estaba en posición de disparar. En ese instante escucho el "ratatata" de la cincuenta. Le pasé la mano por la espalda al hombre cuando se desmadejaba y me empapé con su sangre. Lo vi muerto y me levanté, sin explicarme cómo no me habían tocado las balas aquellas. Y corrí, sin rumbo, llamando a mi esposo, hasta que de pronto hallé su cadáver atravesado por los proyectiles de la 50...
--En ese torbellino de ideas recuerdo el camión ardiendo, porque se quemó todo, y al compañero Víctor Caballero, vecino nuestro, que regresaba luego de haber sacado a un herido. , Cuando él vio el cuerpo de mi hermana que se quemaba, lo haló por un brazo y lo depositó sobre el suelo.
EL HEROISMO DE LOS MILICIANOS
Amparo se levanta, va a la cocina. Trae agua en un vaso y la bebe despacio, sorbo a sorbo. "Te traigo más café", dice, y antes de que pueda disuadirla ya está la taza humeante sobre la mesa. La cienaguera alumbra su sonrisa tierna de madre y, aún sin sentarse, prosigue su relato:
--Estuve dando vueltas y vueltas, como un fantasma, sin darme cuenta delo que sucedía alrededor. De pronto un camión frena a mi lado y un mercenario empieza a empujarme para que suba. Dice que me va a llevar a la Cruz Roja. En medio de aquel torbellino yo le peleo, y le grito: ¿Cómo que a la Cruz Roja, si han matado a todos? ¡Déjeme aquí, con mis muertos! Pero me subió al camión...
--A mí y a otros que recogieron nos llevaron prisioneros a lo que decían era su comandancia. Allí supe del heroísmo de los milicianos del batallón 339, que lucharon con el corazón, y de la andanada de los tanques, y escuché cuando el mercenario de la microondas preguntaba qué pasaba, por qué sus tropas no avanzaban, y se ponía a engañar diciendo falsedades, que sus hombres estaban entrando en la ciudad de Colón por otro lado, que la milicia se le estaba uniendo a ellos, y una "partía" de boberías más.
--Ya estaban secos, pelados, tragando pastillas y más pastillas, sin agua, porque en Playa Larga el agua se traía de afuera. Entonces me di cuenta de que yo había perdido el tímpano de un oído, estaba llena de peladuras y tenía los labios en carne viva. El lugar donde estábamos cogió candela y nos pasaron a la cafetería.
--Allí nos amaneció, y con las primeras luces descubro a unos mercenarios llorando. ¡Había que verlos! Ya la mayoría se había ido huyendo hacia Playa Girón. Uno de los que allí estaban me entrega un mosquitero y me dice que lo use como bandera blanca y que saliéramos hacia la carretera, porque ellos también se iban de retirada, pa'trás, decía.
--A mí los demás compañeros me llevaban a rastras, porque no podía caminar. Por fin dimos con la milicia y nos trasladaron a los hospitales.
MENSAJE PARA TODOS LOS TIEMPOS
A partir de entonces la historia de Amparo se enriqueció. Fue obrera agrícola, participó en el trabajo comunal y de ayuda social, en todo donde su labor resultara de utilidad. En 1966 ingresó en las filas del Partido Comunista de Cuba.
Por su ejemplar actitud ella también recibió reconocimientos de los Comités de Defensa de la Revolución, de la Federación de Mujeres Cubanas, de los Guardafronteras con quienes colaboró como miliciana, y entre sus recuerdos más queridos siempre conservó: “El abrazo de Fidel en la tribuna”.
No estuvo sola Amparo. Muchas personas que la conocieron y aprendieron a quererla se afanaron para llenar el vacío dejado por sus familiares desaparecidos. Sus últimas palabras en esta entrevista, poco antes de que falleciera la heroica cienaguera, fueron dirigidas a las madres y esposas de héroes y mártires caídos a lo largo de la historia en defensa del pueblo trabajador:
--- Puedo decirles que debemos estar orgullosas de quienes dieron sus preciosas vidas, porque la Revolución hizo realidad los ideales por los que siempre lucharon. ¡Sí señor! Y que nadie olvide. ¡Qué no se pierda la memoria!
(*)cienaguero: natural de la ciénaga, Diccionario Cervantes, de F.Alvero Francés, III Edición Instituo Cubanodel Libro. 1976(TVY)(16/04/19).
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