Contra el burocratismo, ese mal clandestino
Roberto Pérez Betancourt
Hace más de 50 años, Fidel Castro alerto, cito: “… el socialismo tiene que cuidarse del burocratismo tanto como del imperialismo. No olvidarse de eso, porque es más peligroso, porque es un enemigo clandestino. El burocratismo es mal grande del cual no nos damos cuenta, del que no tenemos conciencia. Y, sin embargo, es un gravísimo mal, estorba la producción, consume en tareas innecesarias las mejores inteligencias, consume mucho de la energía del pueblo”. Fin de la cita.
Durante la década del 60 del siglo anterior, el burocratismo fue confundido con el necesario trabajo administrativo que se efectúa ante un buró. En arranque extremo, fueron suprimidos controles, contabilidad, supervisión y auditorías, y se abrió la puerta a prácticas irresponsables, alimentadoras de delitos y corrupción, las cuales no se extinguieron, a pesar de rectificaciones introducidas en la política administrativa y dirección empresarial.
La crisis económica y la inversión de la pirámide salarial añadieron nuevos elementos propiciatorios de prácticas burocráticas, desidias y corrupción.
Todavía hoy la administración estatal arrastra consecuencias de la ingenuidad de creer que la honestidad se demuestra con enunciados retóricos y no con hechos de probidad y eficiencia, de manera que el asunto de la burocracia y del burocratismo sigue vigente en entidades junto con el descontrol económico y contable, como se revela en auditorías e inspecciones que se realizan periódicamente.
Esta realidad forma parte del conjunto de desafíos principales de la construcción socialista en Cuba.
Como apunta el experto Darío Machado en un enjundioso artículo, cito: “El burocratismo, cuyos efectos son inversamente proporcionales a la democracia, afecta el funcionamiento sano de la sociedad en todos los órdenes, es económica y culturalmente pernicioso e irrita a la ciudadanía”. Fin de la cita.
Cuando, contra toda lógica, organismos públicos multiplican exigencias de documentos y certificaciones innecesarios para trámites normales, que debe realizar la población, tales como reclamaciones, legalizaciones, actualizaciones, registros, altas o bajas, entre otros, incurren en lamentables expresiones de burocratismo que frena del desarrollo del trabajo, irrita, causa gastos innecesarios y amamanta el cohecho, el soborno y otras formas de delitos llamados de cuello blanco, contra los cuales es menester seguir luchando hasta erradicarlos sobre la base de más organización y controles verídicos.
Qué bueno sería que el carné de identidad, portador de datos oficiales que fueron tomados sobre la base de documentos originarios, sirviera de verdad para que las oficinas de trámites en diversas dependencias administrativas se informaran y tomaran nota sin necesidad de reclamar certificaciones sobre los mismos asuntos.
Sobre la necesidad de que los dirigentes administrativos y otros funcionarios tomen contacto directo con la realidad de sus dependencias ha insistido una y otra vez el presidente Miguel Díaz Canel-Bermúdez en las reuniones de trabajo que ha sostenido este año.
Las prácticas burocráticas, este mal clandestino puede y debe ser descubierto y erradicarse de nuestro entorno laboral y social sobre la base de esfuerzos internos, exigencia, control, supervisión, y sobre todo de actitud revolucionaria ante lo mal hecho, porque, como nos recuerda Fidel, estorba la producción, consume en tareas innecesarias las mejores inteligencias, consume mucho de la energía del pueblo.
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