Libre albedrío
Roberto Pérez Betancourt
Ramiro, de 78 años, dejó su casa en el reparto habanero de Mantilla y viajó entusiasmado a Nueva York para visitar a un hijo que había emigrado de Cuba hacía muchos años. Quienes de buena intención lo alertaron sobre ciertos riesgos y le recomendaron que no fuera a quedarse, el hombre, muy animado, contestó que él estaba haciendo uso de su libre albedrío…
Tres días después de la calurosa bienvenida que recibió el obrero jubilado en la Gran Manzana, luego de abrazos, anécdotas, añoranzas, lágrimas y de un paseo por la espectacular urbe, Ramiro fue instalado en una pequeña habitación delante de un televisor, advertido por el hijo: “Por nada del mundo se te ocurra salir a la calle”.
Antes del mes, Ramiro estaba de nuevo sentado en el portal de su casita de Mantilla, narrándoles a sus amigos del barrio las “experiencias neoyorkinas” que había asimilado delante de una pantalla de televisión en colores. Una frase lapidaria sellaba sus comentarios: “Aquello no es para viejos”.
Según ciertas doctrinas filosóficas, el libre albedrío, o libre elección, es el poder de las personas de elegir y tomar sus propias decisiones, aunque en realidad la vida enseña que estas últimas pueden ser inducidas o restringidas por la propaganda política, las doctrinas religiosas, entidades corporativas u otros agentes individuales o colectivos, que actúan en la sociedad con la intención de condicionar gustos, preferencias, creencias, comportamientos y acciones concretas en las personas para que actúen en función de los intereses que representan e incluso incidan sobre terceros.
En realidad el libre albedrío ha sido tema central a lo largo de la historia de la filosofía y la ciencia. Se diferencia de la libertad en que conlleva la potencialidad de obrar o no obrar.
Arcadio residía con su esposa desde hacía 20 años en un cuartico con baño incluido en la barriada Miamense de “Jaialía”. Ambos habían emigrado desde Cuba luego de haberse sacado la lotería de visas. En ese momento vendieron lo que tenían y decidieron hacer uso de su libre albedrío en busca del sueño americano.
Hace unos días Arcadio, volviendo a hacer uso de su libérrima voluntad, decidió dejar a su mujer para irse a vivir debajo de un puente de la ciudad de Miami y alimentarse con las sobras que hallara en latones de basura. Sólo se llevó su bicicleta, una muda de ropa y cinco cigarros de marihuana, según anunció, ahora estaba dispuesto a “vivir la vida”.
Agencias de prensa se hacen eco en estos días de realidades tangibles en Miami Dade, y citan datos de una encuesta realizada en ese condado en 2016 reveladores de que el 14 por ciento de la población era pobre. Según un reciente informe de la organización United Way la cifra se elevó a finales de 2018 al 19 por ciento.
La prensa hispana que se edita en Miami reconoció a principios de febrero de este año que “sobrevivir en Miami, una de las ciudades con los precios más altos del alquiler, no es fácil. Alguien con el salario mínimo de 8.25 dólares por hora debería tener tres trabajos a tiempo completo para pagar un apartamento de dos habitaciones en la ciudad”.
Teresa, de 72 años, demandó a Arcadio en una corte civil para que retornara al hogar, a lo que el anciano se negó rotundamente, alegando que se sentía de 15 años y estaba cansado de convivir con una vieja peleona que no lo satisfacía sexualmente.
Un especialista de WalletHub, enfatizó que la tasa delictiva de Miami la ubica en el puesto 35 de 150 ciudades analizadas, debido al alto índice de robos violentos a las personas y a las propiedades.
El alquiler de vivienda es un verdadero dolor de cabeza para sus habitantes pues Miami-Dade es el tercer condado del país con el mercado de la renta en peor condición en cuanto a precios. El 53 % de los hogares dedica más del 40 % de sus ingresos al techo. Esta situación se agrava entre las personas con entradas bajas y medianas, precisan analistas.
En 1994, Cheo, jubilado , vendió su antiguo Cheverolet, subió en su lancha a Mariela, su mujer, su hija y su nieto, y echó una mirada a su casona en las alturas de la barriada de Matanzas --100 kilómetros al este de Ciudad de La Habana--, mientras enfilaba hacia la salida de la anchurosa bahía. “Ahoritica estoy de vuelta como turista”, gritó a quienes contemplaban el desfile de emigrantes por cuenta propia.
Unos pocos años después, Mariela arrastró sus 70 abriles hasta la urbe donde había nacido. Visitó a sus amistades y la tumba de la madre que había muerto. “Cheo no ha podido venir, está enfermo y sin trabajo, el pobre, sin seguro médico, igual que yo --explicó llorosa--. La Niña volvió a casarse y se llevó a nuestro nieto. Ahora viven muy lejos, en otro Estado.
Mariela no quiso visitar su antigua mansión ni ir a Varadero. Se asomó a la playita El Tenis y clavó su mirada en Punta Sabanilla. Después dijo: Por allí nos fuimos, después el Guardacostas americano nos llevó a Caimanera.
La última vez que supe de ellos me enteré que pagaban 400 dólares mensuales de renta por un cuartico con derecho a servicio sanitario en Miami. Ella limpia casas. La hija le pagó el viaje a Cuba, “porque no quería morirme sin volver a ver a Matanzas”, dijo, y añadió: “Uno comete cada locuras después de viejo...”
--¿Y tú qué fuiste a buscar al Norte?, pregunté a Monguito, antiguo inteligente propietario de muchas viviendas antes del triunfo de la Revolución, quien optó por permanecer en Cuba y cobrar la indemnización que el Estado le pagó luego de la Ley de Reforma Urbana. A los 73 años de edad viajó a Estados Unidos.
Sonrió, y con su característico buen humor contestó:
--- Aquella vez fui a buscar la Lámpara de Aladino..., y a visitar a mis hijos, que se fueron en la década del sesenta... A Pepe lo encontré mal de los nervios. Pero Ramoncito prosperó, trabajando día y noche con su mujer.
---Transcurrieron 15 años de aquel viaje; milagro que no volviste de visita... o te quedaste allí. Por cierto ¿Qué pasó con la lámpara?
Monguito me miró desde su pícara sonrisa de 88 abriles. Después se fue enseriando, poco a poco, y comentó.
--Pepe siguió mal, hace años que está internado. Los otros deben de estar bien..., aunque ya ni escriben. Vi la Lámpara, pero por más que la froté no salió el genio de los milagros.
Lo que siguió fue un lugar común:
--- Aquello no es para viejos --dijo Monguito; añadió algo sobre la calidad de vida e hizo un guiño, se acomodó en su butaca sobre la arena, corrió la visera de la gorra sobre los ojos y al lado de Antonia, su segunda esposa, siguió disfrutando del sol caribeño, “hasta el día que decida por mi libre albedrío mudarme para San Carlos”, sentenció con la picaresca que siempre lo caracterizó…, y así se fue. (TVY)(02/04/19).
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