Imprescindible relevo generacional: Vocación de Ser
Roberto Pérez Betancourt
¿Cuándo y cómo sucederá la renovación de mandatos en la Revolución cubana? ¿Qué ocurrirá cuando Fidel Castro y otros dirigentes históricos dejen sus cargos por imperativo de los años? ¿Se aproxima el deslave de los valores patrióticos en la Isla caribeña?
Han sido y siguen siendo preguntas recurrentes, formuladas desde hace años por políticos, periodistas, simples ciudadanos y, sobre todo agresivos y codiciosos vecinos del Archipiélago cubano, que utilizan la coyuntura para especular e invocar a politólogos en función de oráculos cuyos vaticinios apuntan cual armas teledirigidas a la psiquis humana, mientras las agencias correspondientes se dedican a soltar billetes para financiar desestabilizaciones e intentar comprar voluntades.
Alrededor de las respuestas especulativas una vez que el líder histórico de la Revolución ha cedido el mando por imperativos de la vida misma, se han incrementado los inventos y diseños de planes “de reconstrucción” y “de ocupación”, al tiempo que se resucitan viejas artimañas anexionistas y se elevan los multimillonarios presupuestos, que pagan los contribuyentes estadounidenses y usufructúan asalariados del terrorismo y la politiquería.
Pero las indagaciones sobre el tema también implican una expectativa real, porque todo lo que nace, crece y se desarrolla concluye su etapa en el tiempo.
También es verdad que la plasticidad de adaptación y las propias leyes evolutivas sientan premisas para que la imprescindible renovación garantice la perpetuidad de la especie y en la historia sucedan avances progresivos.
Agotar una generación no significa poner punto final a ideales y obras que a lo largo del tiempo se hayan sabido sembrar, abonar y forjar, siempre que el obligado relevo disponga abundantemente de la savia nutricia del ejemplo, los principios de justicia social y solidaridad entre los hombres.
Este tema aborda la certidumbre de las limitadas potencialidades de la vida y de la muerte física, y es consustancial a los misterios que el humano, desde siempre, trató de desentrañar, aferrándose en ocasiones a supuestos fantásticos de prolongar la existencia más allá de lo inevitable.
La realidad social de cada día demuestra que se perpetúa la acción cuando se ha sabido cumplir la obra de la vida y legar a la descendencia la sabiduría de la constancia, el aprendizaje de la historia y la fe en la humanidad.
Es una verdad valorada por la práctica de los últimos años en Cuba.
Tarea sin dudas de gigantes. Y esos seres, ciertamente, existen, han tenido y tienen nombre, han actuado y actúan sin esperar a que las cosas pasen, sino haciendo que ellas sucedan.
Se trata de forjadores de multitudes conscientes, artífices del devenir. A esa estirpe de hombres pertenecen los patriotas verdaderos, los desinteresados y nobles que consagran su existencia en pro de la humanidad.
Los dirigentes de la actual etapa de la Revolución cubana, cuya lucha armada culminó con la victoria frente a la tiranía servil y pro imperialista de Fulgencio Batista el primero de enero de 1959, han transitado más de medio siglo de batallar incesante desde que Fidel Castro comandó el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de 1953.
Fidel y muchos de los líderes de entonces tuvieron el privilegio de sobrevivir a la guerra de guerrillas y a los incontables atentados y hechos vandálicos orquestados por la oligarquía interna y las ambiciones anexionistas de los gobiernos norteamericanos.
Los próceres que iniciaron la epopeya emancipadora frente al colonialismo español en 1868, guiados por la pasión libertaria de Carlos Manuel de Céspedes, padre de la patria cubana, y los que volvieron a elevar la bandera tricolor de la independencia en el 95, bajo el sabio haz de unión forjado por José Martí, no pudieron ver la luz de la victoria de las armas, pero cimentaron con amor y sangre las bases de la conciencia patriótica de los cubanos.
Son diferentes etapas de un mismo suceso: la lucha por la redención y la libertad.
Cuando el campo socialista con la Unión Soviética al frente se desintegró a finales de la década de los 80 del siglo pasado, los agoreros del fatalismo anunciaron el irremediable derrumbe de la Revolución cubana en un mundo unipolar, donde su más cercano vecino se erguía como superpotencia totalizadora.
El pueblo cubano a lo largo de los últimos lustros ha dado sólidas pruebas de la consolidación de su sistema de justicia social y su unidad en la defensa, afrontando un brutal bloqueo económico, comercial y financiero, acompañado de constantes agresiones terroristas, arreciadas bajo el mando del actual presidente estadounidense Donald Trump, cuya prepotencia y vocación a mentir no conocen paralelo en la historia del vecino norteño.
En medio de ese panorama real, Cuba supo forjarse un espacio en el cariño de Latinoamérica y de otros pueblos del mundo, generosamente abrió sus puertas a la solidaridad internacional y mantiene la transparencia interactiva que ejemplifica y retroalimenta voluntades.
¿Qué sucederá cuando la actual dirigencia de la Revolución cubana progresivamente entregue las banderas al relevo más joven?
Ya lo está haciendo.
No obstante, es una pregunta que incita a especuladores y activa las papilas gustativas de interesados depredadores de la humanidad, esperanzados en que, con el relevo, llegue el ocaso de la Revolución, languidezcan los mástiles de las banderas y se rindan las armas ante los dioses de oropel.
Retrocedo en el tiempo para ceder la palabra a Fidel Castro y rememorar su discurso pronunciado en 1973, ocasión del aniversario 20 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
"A los jóvenes me dirijo especialmente en este instante. A ellos ha consagrado la Revolución el máximo de su esfuerzo y en ellos ha puesto sus mayores esperanzas. Para las nuevas generaciones se trabaja con verdadero amor, para ellas se realiza fundamentalmente la Revolución; por ellos,
por los que no habían nacido todavía el 26 de Julio, derramaron su sangre generosa y pura los jóvenes que cayeron en el Moncada. Para ellos se construyen cientos de excelentes escuelas, para ellos se desarrolla
una economía que no conocerá las imitaciones de hoy; con ellos trabajarán decenas de miles de técnicos que hoy se forman; ellos poseerán un nivel de cultura que hoy no somos apenas capaces de imaginar. Nuestra generación, que inició sus luchas cuando los sueños no podían siquiera expresarse
sin riesgos de ser incomprendidos, cuando la palabra socialismo no podía pronunciarse sin suscitar temores y prejuicios, en ustedes deposita sus más puros ideales, en adelante y transmitirlos a los que los sucedan, hasta el
día en que la sociedad cubana pueda inscribir en su bandera la fórmula fraternal y humana de la vida comunista”.
Me atrevo a anticipar que no habrá brusquedad en el relevo. A nadie se le caerá el bastón en la pista, porque no se trata de una carrera en la que se juega la medalla de oro a la probable impericia de segundos.
Quienes esperen con ansiedad que el toro enlace al torero y lo derribe de una cornada sufrirán una terrible frustración: En Cuba no se practican corridas taurinas, el devenir no se deja a la suerte.
La transición por la que tanto indagan avispados reporteros de agencias de prensa extranjeras hace rato que comenzó en la Mayor de las Antillas.
Sucede a diario. Contrario a los que algunos especulan, no se trata de la sustitución de un hombre: Fidel Castro, ni dos, ni tres; ni de una baraja de figuras selectas, como gustan dibujar artífices de metáforas injerencistas fabricadas en Estados Unidos.
El relevo está a la vista en municipios y provincias cubanas, en el Estado en su conjunto, labora a la par de los dirigentes en ejercicio, está presto a tomar las riendas, de hecho las esgrime en territorios, comités del Partido y de la Unión de Jóvenes Comunistas, sindicatos y otras organizaciones sociales y profesionales, y tras periódicas elecciones democráticas, sujetas a la Ley, nuevos ciudadanos acceden a escaños parlamentarios, presidencias y direcciones de los órganos de gobierno del Poder Popular.
El relevo del relevo estudia en universidades, trabaja en industrias y granjas, se afana en laboratorios y se entrena en la defensa.
Ni la dirigencia histórica de la Revolución ni los jóvenes se han dedicado a dormir arrullados por la música de violines para la complacencia abstracta.
En sus palabras sobre la juventud y en la clausura del quinto Congreso del Partido Comunista de Cuba, el 10 de octubre de 1997, el Comandante en Jefe Fidel Castro señaló:
“Tenemos el Partido, tenemos nuestra magnífica juventud ---sí, así con esas palabras, ¡magnífica juventud!--, a la cual, desde luego, le pedimos y siempre le pediremos más, y le pediremos más trabajo político; trabajo político que no es lo mismo que usar una consigna. El Partido también, durante mucho tiempo, a veces fue esquemático, dogmático, trabajó con consignas, no siempre con argumentos”.
Por supuesto que no se puede hacer trabajo político en términos surrealistas, como no se puede renovar y enriquecer obra alguna sin una profunda y fértil autocrítica constructiva, desprovista de teatralidades, verdaderamente consciente para que permita podar y renovar en salud.
Desde los inicios mismos de la Revolución, sus líderes históricos e instituciones políticas, administrativas y sociales, mantuvieron vínculos interactivos con la Juventud a lo largo de todos los años transcurridos, supieron sortear las trampas estériles del sectarismo y los conflictos generacionales, manteniendo un fluido dialéctico sobre la bases de relaciones armónicas y principios sustentados en la honestidad y el legado martiano sintéticamente enunciado en esta frase: “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.
De eso se trata, porque es una lucha de tipo ideológico en la que las armas fundamentales son las ideas, y los cuadros necesitan estar pertrechados de ideas y discernir por sí mismos para que a su vez las transmitan a la juventud y al pueblo todo, en una cadena interminable que garantiza el haz inseparable de sus eslabones con vocación de ser y seguir siendo mejores (13/03/19)
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