Hoy, como ayer, la unidad sigue siendo factor de victoria
Roberto Pérez Betancourt
En Playa Girón, hace 57 años, los combatientes revolucionarios conscientemente defendieron el socialismo y en su nombre conquistaron la victoria que trascendería su importancia militar en el contexto nacional y repercutiría en la conciencia de hombres y mujeres de otros países.
A partir de entonces los humildes de América serían un poco más libres y sabrían que, a pesar de la propaganda imperial, decir socialismo no sería más una mala palabra.
Hace más de cinco siglos, el florentino Nicolás Maquiavelo, considerado un genio en el arte militar, alertó: "Quien fíe su poder en las tropas mercenarias nunca lo tendrá firme y seguro, porque carecen de unión, son ambiciosas, indisciplinadas, infieles, valerosas contra los amigos y cobardes contra los enemigos".
El 17 de marzo de 1960, el general D. Eisenhower, entonces presidente de los Estados Unidos de América, ignoró la advertencia del diplomático florentino y ordenó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA en inglés) armar y pagar a los apátridas mercenarios para invadir a Cuba.
Poco más tarde correspondería al presidente siguiente, John F. Kennedy, asumir la responsabilidad de los sucesos que se desencadenaron, y que a partir de abril de 1961 siempre serían aludidos en los medios oficiales de EE.UU como la invasión de Bahía de Cochinos, evitando cualquier explícita alusión al nombre de Playa Girón, último reducto mercenario, donde se consumó la rendición y la gran derrota del Imperio.
En vano los expertos analistas contratados trataron de justificar aquel formidable revés de la diplomacia y las armas yanquis. Echaron mano a aparentes contradicciones y desvergüenzas de los gobernantes, a errores logísticos, geográficos y militares para inculpar a técnicos hidrográficos, quienes habrían confundido arrecifes con playas, y a "expertos" trasnochados cuyos cálculos matemáticos habrían fallado en sincronizar operaciones aéreas, navales y terrestres. ,
NI FUTURÓLOGOS NI ASTRÓLOGOS
Nada de eso sirvió. Ni siquiera achacar la derrota a tribulaciones de un presidente temeroso de propaganda adversa, que no sospechaba entonces que poco después él mismo caería asesinado en las calles de Dallas, Texas, y que un poco más adelante su hermano Robert correría semejante suerte.
Fallaron doctores en ciencia, expertos de alto nivel académico, futurólogos y hasta astrólogos capaces de acomodar cualquier horóscopo de última hora a las fantasías de sus creyentes. Los multimillonarios gastos en propaganda se sumaron a los de la invasión misma. Pagaron los contribuyentes norteamericanos.
La enseñanza, la moraleja de la confrontación, sigue siendo actual: un pueblo pequeño es capaz de vencer al opresor, aunque este posea muchas más armas y recursos económicos, siempre que el agredido cuente con la unión interna y la conciencia para mantener su lucha en cualquier circunstancia.
Las huestes mercenarias fueron integradas reuniendo a esbirros, asesinos, politiqueros corrompidos y otros individuos que emigraron en los primeros años como representantes de las clasificaciones más degradantes de la sociedad burguesa.
No cabe dudas que los expertos norteamericanos subestimaron al cienaguero, al obrero, al campesino. Llegaron a creer en sus propias mentiras, pues esperaban que los trabajadores se unieran a los invasores.
El propio presidente Kennedy reconoció el error en el análisis de los factores que a su juicio determinaron la derrota.
En Girón los combatientes revolucionarios defendieron el socialismo, y en su nombre conquistaron la victoria que trascendería su importancia militar en el contexto nacional para repercutir en la conciencia de hombres y mujeres de otros países, quienes a partir de entonces supieron que decir socialismo en América no sería más una mala palabra.
Maquiavelo había escrito: " Los mercenarios no tienen más afición y motivo para servir con las armas que el corto estipendio que reciben, insuficiente para dar la vida por quien defienden; por ello desean el servicio en tiempo de paz, pero cuando llega la guerra, o huyen o desertan".
A pesar de los muchos años transcurridos desde que el autor de "El Príncipe" escribiera sus ensayos, la lección no fue asimilada por los estudiosos del Pentágono y la CIA: La conciencia del hambre ancestral de los anónimos hombres del pueblo es una fuerza colosal.
Hoy, en un contexto de renovadas agresiones contra Cuba, la unidad de los cubanos sigue siendo el factor primordial de victoria frente a los propósitos explícitos de una administración estadounidense repudiada por la mayoría de los propios ciudadanos de ese país y por los hombres dignos del mundo que no admiten la reedición de masacres contra la humanidad en cualquier punto del planeta que habitamos.
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