Araceli habla de Gabriel, una fresca tarde de marzo de 1983
Roberto Pérez Betancourt
Gabriel Valiente Martín es de esos hombres que nunca se rinden, aunque su cuerpo sea colgado de un árbol, me dijo Araceli, mirándome directamente a los ojos, sin titubear, porque “era algo que tenía muy pensado y sabido…”
Fue agricultor desde la España que lo vio nacer un seis de abril del año 1896; obrero de minas en Francia; emigrante por necesidad; enamorado eterno de la novia que jamás olvidó, comunista por convicción, cubano por naturalización y derecho propio.
Cuando Valiente decidió viajar por primera vez a Cuba en el año de 1920, se propuso laborar la tierra de sol a sol y juntar unos reales que algún día le permitieran retornar a España en busca de su novia.
Él había nacido en Juzbado y ella en Topas, aldeas de la provincia de Salamanca. Eran primos por línea materna. Tanto se conocían el uno al otro y tanto se amaban, que desde el instante en que el joven agricultor apretó las manos de la ruborizada muchacha y la besó en la mejilla el día de despedida, ambos comenzaron a contar los minutos que faltaban para que él retornara “de las Américas” y cumpliera su promesa.
“Volveré a por ti, Manuela, te lo juro”, dijo, acariciando aquellos ojos claros que le devolvían la ternura sin dudar que un día, de fecha entonces incierta, Gabriel tocaría a la puerta de su casa para transportarla a la felicidad.
“Se fue lleno de ilusiones. Yo quedé aguardando su retorno, enamorada, claro que sí”, me confesó Manuela Araceli una fresca tarde de marzo de 1983, mientras cargaba a su nieto más pequeño y sus recuerdos revivían instantes de dicha… y también de tragedia.
Gabriel laboró muy duro en los cañaverales de la región central de Matanzas, y también hizo hornos de carbón, economizó cada centavo y vio como sus ahorros se esfumaban de los bancos por la crisis económica de la época.
CINCO AÑOS DESPUES...
Finalmente, cinco años después de su partida, Manuela Araceli casi se desmaya cuando lo vio de nuevo en el umbral.
No lo pensó dos veces,”...porque en España todo estaba ocupado por terratenientes y feudales, ni un pedacito había para labrar... El 19 de diciembre llegamos a La Habana en el barco Alzathia. Viajamos en tercera, lo peor. Enseguida tomamos un tren hasta Manguito, y después una guagüilla de palos nos condujo por terraplenes. Yo iba con los ojos asustados. Pero Gabriel ya conocía aquellos senderos, me reconfortaba y me quitaba el temor”.
Los años siguientes fueron muy parecidos a los de otros inmigrantes españoles: trabajar la tierra de sol a sol, penurias, economías, arriendos, desalojos, injusticias y abusos padecidos; una mujer que hace de todo en el campo y un hombre que no le tiene miedo a la vida, ambos con una idea fija: Prosperar y soñar con el regreso al terruño materno.
“Zafras hubo que nos pagaron el ciento de arrobas de caña sembrada, cultivada, cortada y puesta en la grúa a solo 50 centavos”, recuerda Manuela, y luego se le alivia el rostro al hablar de los hijos: Ángel y Tomás, los primeros, y aquel año terrible de 1936, cuando se le ocurrió que era hora de regresar a España, porque los chicos no tenían donde aprender las letras en el campo cubano y la morriña acumulada pesaba como un fardo en el recuerdo de la familia.
LA CARA DESCUBIERTA DEL FASCISMO
En el vapor Orinoco partieron el cuatro de julio. Días después, al arribar a puerto, conocieron por vez primera que España estaba envuelta en la guerra civil.
“Allí vimos la cara desnuda del fascismo —recuerda Manuela Araceli-: Bombardeos, fusilamientos, desfile de tropas hitlerianas y mercenarios moros, llamados por Franco. Si algo había cambiado era para peor: familiares asesinados y muertos en la guerra. Aunque quisimos volver a Cuba enseguida no nos dejaban.
“Pero para algo sirvió, sobre todo para que los ojos se nos abrieran y en los siete meses que tuvimos que permanecer allí aprendimos mucho. Nos salvó el que nuestros dos hijos eran cubanos de nacimiento, y cuando finalmente nos volvimos, Gabriel ya era comunista. Aunque letras no conocía muchas, tenía las entendederas bien abiertas y un corazón que no le cabía en el pecho: ’Hay que tener ideas y luchar por ellas para un mundo más justo’, me decía.
“A partir de entonces el socialismo tuvo para nosotros un significado concreto, el de luchar por la vida y por el hombre, y por nuestros hijos. Luego de ver a nuestras madres por última vez, nos regresamos a Cuba. Fue una partida definitiva, porque sabíamos que nunca más retornaríamos a España.
GABRIEL, EL COMUNISTA
De vuelta al surco y al potrero, al cañaveral y a la yunta, a los amigos, y también, ahora, a la filiación en el Partido Socialista Popular (comunista), a las luchas campesinas junto a Antero Regalado, Hilario Orta y otros dirigentes, a dar la batalla frente a los ricos colonos.
En 1938 les nació Lorenzo, el tercer hijo. Poco a poco el prestigio de Gabriel Valiente como trabajador incansable y luchador por los derechos de los campesinos creció, se esparció por la comarca colombina y sus alrededores, y trascendió a congresos y asambleas donde su voz se alzaba con verbo directo para denunciar y exigir frente a los pulpos agrarios como la Compañía Atlántica del Golfo, cuyas extensiones rebasaban las 21 mil caballerías, mientras millares de campesinos carecían de un mínimo pedazo de tierra para ganarse el sustento.
En octubre de 1954 Gabriel Valiente integró el Comité Nacional de los pequeños y medianos colonos. Eran numerosos los productores de caña sin cuota fija, y resultaban doblemente explotados.
Su compañero del Partido, Saturnino Sosa Santiago, recuerda que “... muchos campesinos no sabían que Gabriel era comunista. Lo creían del Partido Ortodoxo. Él no era de muchas palabras, pero poseía una voz retumbante que le permitía hacerse escuchar con claridad en las reuniones. Tenía los ojos pardos y el pelo castaño, era generoso y hacía honor a su apellido, pues no conocía el miedo y eso le captaba la simpatía y el respeto de todos “.
“Gabriel no disimulaba su filiación comunista -afirma la esposa- aunque tomaba precauciones y escondía libros. Unos chivatos lo acusaron un día en la Guardia Rural y los guardias se lo llevaron preso, mientras labraba la tierra, el cinco de diciembre de 1957, en plena dictadura batistiana. Teníamos una casa en el pueblo de Colón y pasaron por allí para avisarme.
“A la mañana siguiente fui al cuartel. Me dijeron que no estaba. Por la tarde se presentó él mismo en la casa y me alertó para que nuestro segundo hijo, Tomás, no saliera. ‘Que se pierda’, me dijo, porque lo andaban buscando por sus actividades revolucionarias.
“HEMOS LUCHADO, PERO HAY QUE SEGUIR LUCHANDO...”
“Los guardias habían dejado de rehén en el cuartel a mi chico menor. Parece que deseaban que Tomás saliera a interesarse por él para atraparlo y se aseguraron que Gabriel no se escondiera. Mi esposo me dijo: “Voy a llevarle el abrigo a Lorenzo porque anoche pasamos frío, por si no lo sueltan hoy... Me miró un momento, me tomó las manos, como aquel día cuando se despidió de mí en España, y me dijo: ‘Hemos luchado, pero hay que seguir luchando, vieja’. No volví a verlo vivo.
“Soltaron al muchacho, pero él no había visto al padre. Alguien llevó el abrigo al cuartel de la Rural. Al día siguiente me dijeron que habían trasladado a mi esposo al poblado de Banagüises. Al oscurecer alguien llegó a la casa y dio la noticia de que había un hombre muerto en una finca. Parecía que estaba de pie sobre la tierra, pero lo habían amarrado a un árbol”.
En el mismo sitio donde colgaron a Gabriel Valiente, me explicó su conocido Antonio Puga: “Ya estaba muerto cuando lo trajeron. Primero lo tiraron cerquita de la carretera, por donde estaba la alcantarilla. Allí había un charco de sangre. Lo torturaron. Este callejón no tiene nombre. Ahí queda el kilómetro cuatro de la carretera que va de Colón a Guareiras”.
En diciembre de 1958, en la misma zona, se organizó un destacamento guerrillero que adoptó el nombre de Gabriel Valiente y se alzó en contra de la tiranía en la finca Flor de Cuba.
Después del triunfo de la Revolución, la prensa de la época publicó detalles fragmentados de juicios celebrados a esbirros de la dictadura que habían asesinado a numerosas personas.
El 18 de enero de 1959 el diario Información reportó la vista pública contra los asesinos de Gabriel Valiente y otros mártires. Refirió que la viuda del primero, llorando, se dirigió al ex sargento de la guardia rural Juan Irenaldo Leonard Hernández, y le dijo: “En nombre de las madres cubanas, no por el pasado ni por el presente, sino por el futuro, usted debe delatar a los cómplices del asesinato de mi esposo”.
En el mismo sitio que les había servido a los procesados de salón de torturas, El Tribunal condenó a muerte al ex capitán Isidoro López Quintana, a Leonard y al soldado Segundo Nápoles.
Donde apareció el cadáver del líder agrario, una tarja expresa: “En memoria de Gabriel Valiente Martín, cobardemente asesinado el siete de diciembre de 1957 por criminales de la tiranía mercenaria derrocada el Primero de Enero de 1959.
“Prefirió morir de pie a vivir de rodillas. Incansable luchador porque la tierra fuera de quien la trabajara y hacer de Cuba una Patria Libre, política, económica, y social. Recuerdo de su viuda e hijos. Asociación provincial Campesina. Delegación de Colonos del Central Mercedes. Partido Socialista Popular. Directorio Revolucionario 13 de Marzo. Pueblo (sic).
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