A Edwin Walters, un jonrón de cariño
Roberto Pérez Betancourt
Conocí a Edwin Walters cuando él era cuarto bate en la Serie Nacional de Béisbol y yo comenzaba a andar en las lides reporteriles del deporte. Entonces no se bateaban muchos cuadrangulares, la pelota no “botaba” como lo hace en la actualidad, pero el gigante matancero siempre impresionaba a los lanzadores y a la afición cuando levantaba el bate sobre sus hombros parado en home, dispuesto a sacar la bola fuera del parque. Cuentan los que lo vieron jugar en la liga de Pedro Betancourt que su carácter siempre fue el mismo, atento y jovial, presto a atender a sus amigos y a la prensa. En esa fuerte lid ganó la corona de bateo en 1958 y las puertas del Gran Show profesional en Estados Unidos se le abrieron. Pero, para sorpresa de muchos, Walters declinó la oferta de los Piratas de Pittsburgh y prefirió seguir haciendo “swines” desde los parques cubanos. Cuando en 1962 se organizó la primera serie nacional de béisbol tras el triunfo de la Revolución Cubana, Edwin alineó con el equipo Occidentales, campeón de aquella lid. Fue el primer campeón de bateo con elevado promedio de 367, y representó a Cuba en la selección nacional que intervino en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Kingston, Jamaica. No era muy locuaz este atleta. A pesar de su corpulencia y elevado potencial competitivo, solía ser parco en opiniones. Destacaba por la modestia y la consideración que profesaba hacia sus compañeros de equipo, lo que no le impedía ser atento con los periodistas en todo momento que se recaba sus opiniones. Cuando en 1966 ganó la corona de jonrones con siete pelotas disparadas tras las cercas, se le vio muy alegre, era la gran racha matancera con un elenco impresionante, en el que militaban entre otros, los estelares Félix Isasi, defensor de la segunda almohadilla; Tomás Soto, en la inicial; Rigoberto Rosique, en el jardín central; Bárbaro Rosales en la receptoría; Wilfredo Sánchez, en el jardín izquierdo; el Curro Pérez en la lomita de lanzar y otra larga relación de peloteros estrellas, que darían el campeonato nacional a unos Henequeneros increíbles. Walters jugó béisbol hasta 1971. En su haber archivó cuatro títulos con equipos matanceros, ante e pasar a entrenar a nuevos prospectos, siempre con la sonrisa presta y el buen carácter. Esta mañana me llegó la triste noticia de su fallecimiento a la edad de 83 años, y entonces me di cuenta que este pelotero corpulento, sincero y buen amigo, no había gozado del favor de los comentaristas deportivos nacionales, porque no solía aparecer en grandes titulares y el protagonismo generalmente se lo llevaban otras figuras. Recordé entonces un día de finales de campeonato, cuando en la cueva de Henequeneros, donde solía compartir y entrevistar a los peloteros, Walters me llamó aparte y me dijo: “Martelo (así solía firmar mis crónicas Desde el Palmar, pues se jugaba en el estadio Palmar de Junco), esta pelota firmada por los muchachos de Henequeneros campeón te la entregamos con todo nuestro cariño”. Me dio aquel tesoro y extendió su enorme mano derecha hacia mí. Emocionado ante aquel gesto, le dije: “Gigantón, este jonrón de cariño lo guardaré siempre”. Hoy, a través del remolino del tiempo, vuelvo a sentir aquella mano abrazada a la mía, mientras contemplo la pelota más que cincuentenaria, que celosamente conservo en mi mesita de noche. . |
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