Elecciones representativas en Cuba, antes del 59
Roberto Pérez Betancourt
--Señoras y señores, pongan atención que les hablará un niño que no ha cumplido todavía los cuatro años de edad: Vuelta Oliva, concejal; Pelayo Cuervo senador, y para mejor garantía, Menocal en la alcaldía.
Después de varias recitaciones obligadas, el muchacho buscaba la mirada embelesada de su abuela, que desde una silla le haría la señal para que anunciara que iría a refrescar, pero nada de aceptar centavos de propinas, porque lo que necesitaban eran la beca y el trabajo a cambio de las cédulas que entregarían. Así lo iba repitiendo, entre caricias de damas y caballeros.
Entonces escuchó la pregunta que le lanzaba el político mayor desde una altura que le obligó a mirar al cielo para contemplar su estampa de dril cien, sombrero de jipi y tabaco humeante:
-- ¿La beca será para ti?
Antes de contestar miró discretamente a la abuela en busca de una señal, pero ella estaba demasiado ocupada escuchando promesas a cambio de los votos que recolectaría…
Aquellos años…
Los años de “democracia representativa” vividos en Cuba desde 1902 hasta 1958, matizados con largos períodos de descarnada dictadura burguesa e intervenciones norteamericanas, fueron como largo sainete tragicómico, mezcla de asesinatos, robos y fraudes con demagogia, agonía popular y humor vernáculo.
Supuestamente, concejales, alcaldes, representantes, senadores y presidentes, estandartes de los poderes legislativo y ejecutivo, debían ser electos por el voto de los ciudadanos con derecho a ejercerlo --en los primeros años excluía a mujeres y analfabetos-, pero de hecho gran parte de la población era despojada de su libre determinación para sufragar.
Entre los niños de entonces era famoso un pregón de vendedores ambulantes que proponían canjear caramelos por botellas. Los infantes recolectaban en el barrio los envases de vidrio usados, esperando al pregonero con la esperanza de saborear aquellos brillantes pirulíes hechos con de azúcar prieta.
“Botella” se llamaba también al empleo público que no se desempeñaba, pero por el cual se cobraba un salario, concedido a quienes fueran capaces de contribuir sustanciosamente a la “victoria electoral” de un candidato importante mediante la recolección de las cédulas, especie de carné que habilitaba para ejercer el sufragio obligatorio.
Por extensión también eran “botellas” las promesas que los políticos ofrecían a electores a cambio del voto.
Desempleados, hambreados, enfermos sin médicos ni medicinas, padres de hijos sin escuelas, desahuciados sin techo, y otros desesperados menesterosos, entregaban las cédulas de la familia a cambio de ofrecimientos o de unos pocos pesos.
Juana la coja, hace campaña electoral
Así andaba Juana la coja en tiempos de campaña electoral, arrastrando sus dos muletas y seguida por un nieto diminuto, entrenado en el arte de discursear con palabras que ella inventaba y le repetía con picardía nacida de hambres ancestrales para que él las aprendiera de memoria.
Subido a una silla en mitin de politiqueros e inspirado en conseguir una beca de escuela primaria para su primo Pepe y un empleo de criada en un hospital para su propia madre, el aprendiz de brujo recitaba:
-- La beca es para mi primo Pepe, que es inteligente, dice mi abuela.
-- ¿Y ahora que te gustaría más?
Se le iluminó el rostro un instante, antes de decir:
-- Una cama, señor.
-- ¿No tienes donde dormir?
-- Yo duermo con mi abuela. La cama la quiero en un hospital para que mi mamá se pueda operar de bocio, señor…
El impoluto político quiso cambiar de tema
--Bueno, bueno, ¿pero qué te gustaría hacer cuando seas grande?
--No sé, señor. Ahora soy botellero.
--¡Ah!, cambias botellas por pirulíes.
--No, señor, cambio votos por botellas.
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