Nos estamos poniendo jóvenes
Roberto Pérez Betancourt
Mis amigos, se nos esta acabando el año 2013. Dentro de un ratico 2014 nos dará la bienvenida y espero, deseo, anhelo, que enero nos devuelva el invierno extraviado, porque diciembre parece haberse confundido con el verano austral por las temperaturas elevadas que estamos padeciendo, propias más bien de un verano ligero, alrededor de 30 grados centígrados en el occidente cubano, muy bueno para los turistas y la ratificación de que Cuba es un eterno verano. Pero a mi me gusta el frío, por lo menos unos cuantos días al año. Por cierto, en los finales de cada año, solemos reunirnos en familia para celebrar modestamente, desde el 29 de diciembre, cumpleaños de mi esposa Edelma. No es una reunión como las de antes, cuando éramos más jóvenes y vivían nuestros padres y abuelos. Entones las familias, en general, eran más numerosas, y las costumbres estaban más acentuadas, alrededor de la Nochebuena y el final de año, aunque en Cuba durante muchas décadas la cena de Nochebuena se fue apagando por razones políticas, sociales y variopintas. Pero ha vuelto poco a poco a resurgir en los últimos años, aunque siempre lamentamos las ausencias de familiares, que por motivos personales se fueron a residir, o a trabajar, en distantes riveras. Nos queda entonces el consuelo de que las comunicaciones actuales nos acortan las distancias y podemos saber unos de otros con un mensaje de texto, o llamada telefónica. Incluso, quienes gozan de una conectividad de alta velocidad en Internet, pueden hasta verse a través de la videocámara. No es nuestro caso, pues todavía apenas nos conectamos con módem. Pero no perdemos las esperanzas… Esta mañana me miré en el espejo y descubrí nuevas arrugas. No para disgustarme, sino para comprobar que el paso del tiempo deja huellas. Intenté el consuelo ficticio, diciéndole a mi mujer que ya no cumpliría más años: Me planté y cerré mi almanaque. Ella me respondió con una frase que, según dijo, había leído recientemente: Nadie se está poniendo joven. El tiempo transcurre en una sola dirección. Bueno, sería asunto de polemizar. No por el concepto del tiempo lineal, el decursar de los minutos, sino en el sentido filosófico y psicológico d e la vejez. Conozco jóvenes de 20 abriles incapaces de imaginar el devenir, sumergidos en una rutina castrante, y se de “ancianos” de más de 70 que renuevan cada día sus conexiones neuronales, aprendiendo de las tecnologías de avanzada, esforzándose mucho, eso sí, porque lo nuevo que a esa edad se logra comprender necesita mucha práctica seguida para que no se olvide. A mí me sucede así. Supongo que a otros contemporáneos les pase igual. Pero la cuestión es no rendirse. Es una lucha personal para evitar el fantasma del Alzheimer. Porque la verdad me da mucha tristeza cuando veo a un amigo de muchos años saludarme con la mente extraviada en el remolino del tiempo. El hombre, cuyo nombre no deseo revelar, parece que por un reflejo instintivo te abre los brazos para reciprocar el saludo que le brindas, pero inmediatamente se desvanece la alegría cuando lo escuchas preguntarle a su esposa, ¿quién es él?, señal de que no te ha reconocido, aunque llevamos más de 20 años trabajando en el mismo lugar, saludándonos a diario, comentando el acontecer de la vida. Y entonces uno se da cuenta que los días que fueron, uno a uno, dejaron una huella efímera en la mente, que se va borrando, se mueren los recuerdos, y es como si antes de la hora final comprendieras que te vas muriendo poquito a poquito, y ya eres otro diferente a ayer, y lógicamente mañana serás otro diferente a hoy. Esto me trae a la mente una especie de chiste macabro, cuando el hombre le pregunta al médico por el resultado de sus análisis y este se los explica, y el hombre sale de la consulta, pero vuelve a entrar inmediatamente y le dice al doctor que lo excuse, pero se marchaba sin haberle preguntado por el resultado de sus análisis, y la escena se repite, una y otra vez, dejando un sabor de tristeza indescriptible, porque uno se da cuenta que el hombre es un reflejo del devenir propio, al menos podría serlo, por eso hay que activar las neuronas todos los días para que la memoria se retroalimente, porque ahora acabo de leer que, a diferencia de lo que antes se cría, las neuronas sí pueden regenerarse, o reproducirse, es decir, queda la esperanza de no convertirnos en zombis antes de despedirnos de la aldea planetaria. Nada de esta descarga tiene que ver con depresión existencial o algo parecido. Todo lo contrario. Soy un convencido que un septuagenario activo de hoy equivale a un cuarentón adelantado de hace medio siglo atrás. Quizás ustedes piensen que es exceso de optimismo, pero desde que una doctora me diagnosticó cáncer en los huesos y me eché a reír en su cara, y mi mujer se puso a llorar, hace como tres años de eso, le perdí el miedo a las enfermedades seniles, esa que dicen asociadas a los muchos años acumulados. Sucedió que a mis espaldas, mi esposa se fue a ver un especialista afamado. Llevó radiografías y resonancias magnéticas. El experto le dijo que lo mío no era cáncer, sino un montón de problemas óseos, que pasaban por osteoporosis, columna desviada, espina bífida y no se cuántas cosas más, y que todo era de operación quirúrgica, pero que me recomendaba que no me operara, porque el remedio podría ser peor que la enfermedad, y cuando mi mujer, me comunicó toda esa información entre lágrimas de alegría y risas de tristeza, y me puso delante un pomito de veneno de alacrán para tomar en gotas, porque si no es cáncer, al menos te servirá para aliviarte los dolores, me dijo, y me di cuenta que la vida en realidad sí es un carnaval, y me fui a donde siempre me voy cuando quiero rejuvenecer, me fui al mar, al mar de Camarioca, que es el que más me gusta, más que el de Varadero, porque el de Camarioca, desde la orilla misma, es un mar vivo, con rocas, arena, piedras y peces y crustáceos y cazadores furtivos. Por aquí, hace años, salió mucha gente de Cuba rumbo a Miami. Los venían a buscar en botes, en lanchas y en yates. Otros no se fueron, cuando les avisaron en las casas que los parientes estaban allí para llevárselos, dijeron que nananina jabón candado. Otros sí se marchaban, se ponían contentos. Hace poco vi a uno de ellos, me dijo que al cabo del tiempo había regresado para quedarse aquí, porque en Miami se había quedado solo y aquello, me dijo, no es para los viejos. Los hijos se habían mudado a otros estados y querían meterlo en un home, y él todavía se sentí vivo, me dijo., aunque la mujer se le había muerto. La pobre, antes de morirse le había dicho que los hijos y los nietos eran una mierda y la vida una mentira. Mi amigo también me dijo que s había quedado sin casa en la rebambaramba de la crisis económica. Regresé, dijo, porque extrañaba la playa. Le recordé que en Miami había playa también, pero me contestó que no era igual, que las playas de Miami, no tenían el mismo sabor natural que las playas de Matanzas, y mucho menos que las de Camarioca… Eso me trajo a la memoria los días en que me lanzaba al mar con Juanito en busca de langostas en las profundas cavernas del litoral. Íbamos a tirarle a cuanto se moviera bajo las aguas, con aquellas escopetas de ligas, la mía, ahora me acuerdo, se la presté a un amigo muy avezado en las cazas submarinas, junto con las patas de ranas. Me lo pidió un domingo muy temprano, hace ya muchos años, y a los tres días me enteré que se había en una balsa para Miami. Me dejó sin equipo, y con trabajo que m había costado conseguirlo. Parece que el hombre pensó en llevar armas para defenderse de los tiburones. No sé si llegó o se ahogó, porque nunca me escribió el muy cabrón. La última escopeta que tuve era de aire comprimido, Se la regalé a mi amigo Héctor, que se llama igual que mi padre. El si era un cazado submarino de verdad. Hasta estuvo en el equipo Cuba, cuando la caza submarina era un deporte de competencia en este país y todavía no se había generalizado la prohibición de no cazar aquí, allí, allá o a cuyá, tampoco los días tales y mas cuales; en fin, que ahora es por cuenta y riesgo, como dice otro amigo, que se lanza a las profundidades de Camarioca a cazar lo que se ponga por delante de la varilla, y pesca, el muy desgraciado, pesca cantidad, pero furtivo. Yo ya no pesco, desde que el médico me metió miedo. Dejé de bucear, hasta que un día me entró la tarantela y con mi hernia diatal y los dolores de huesos me lancé de nuevo a las profundidades con una careta y unas patas de ranas que me regaló mi primo Luis. Que sea lo que Dios quiera, me dije, aunque la verdad hace mucho tiempo que dejé de creer en divinidades de todo tipo, fantásticas y terrenales. Pero sentía que el mar me rejuvenecía, ro rejuvenezco en esas aguas, en estas aguas que ahorita mismo estoy mirando esas aguas que ahora mismo estoy mirando y en las que voy a zambullirme para esperar en ellas el año nuevo, como una especie de rito personal, aunque el mar está un poco revuelto, pero voy a gozar desafiando las olas entre los riscos, y tengo el propósito de recoger una docena de caracoles, de esos que se pegan a los abanicos de mar, esos caracoles que usan los adivinadores del futuro y recordadores del pasado. Se los voy a llevar a un babalao que conozco para que me diga si es verdad que solo se camina en un dirección y que nadie se está poniendo joven, porque yo, a la verdad, me siento, como decía mi abuela Nana, a pesar de los achaques, me siento de 15 para 16, y así espero seguir en el año que comienza dentro e unas horitas nada más cuando salga del agua. Nos vemos en 2014 y mucho más allá nos seguiremos viendo, gracias a las aguas de Camarioca. Mar abierto…Feliz Año nuevo, rebaja de achaques, más calidad de vida a las horas, y entusiasmo por el futuro que, a pesar de lo que dice m i nonagenaria amiga y poetisa Carilda, sí nos pertenece, basta echarnos al mar y seguir nadando. Para seguir poniéndonos jóvenes…
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