Blogia
DEBATE ABIERTO, la página de Roberto Pérez Betancourt

Vive la libertad primera, a pesar del gigante imperial

Vive la libertad primera, a pesar del gigante imperial

Roberto Pérez Betancourt           

En el ingenio La Demajagua los negros esclavos amanecían en la penumbra de los barracones para disponerse a emprender la diaria faena en los campos de caña. Alguien entre ellos presintió que aquel día sería diferente. La campana tañía más y más fuerte, convocando con urgencia, como si hubiese candela en el monte, “como  grito de auxilio”, dijo Jacinto, e instintivamente buscó su machete.

  --¡Es el amo que está en el batey!, el amo don Carlos mismitico, anunció José, atisbando desde una rendija de la tabla de palma.

  Los hombres y las mujeres salieron al amanecer de aquel 10 de octubre de 1868  y vieron al hombre que los convocaba iluminado por los primeros rayos del sol naciente. Calló la campana y se alzó el verbo, imponiendo un silencio respetuoso sobre los deseos de preguntar, de indagar, de saber, ¡de gritar!

  Carlos Manuel de Céspedes, con la pasión contenida en su rostro, elevó la voz para que todos y el  monte lo escucharan. Alto y resuelto exclamó: "Ciudadanos, ese sol que veis alzarse por la cumbre del Turquino  viene a alumbrar el primer día de Libertad e Independencia de Cuba".

  Repiquetearon las campanas al convite de la insurrección armada. Los negros se

miraron unos a otros, sorprendidos. Los blancos miraron a los negros y quizás

por vez primera, para algunos, la emoción  de aquel instante borró los pigmentos

de la piel para ver a  seres  semejantes, igualados en el despertar de la

conciencia libertaria.

  Lo cierto es que ese momento histórico marcaba el inicio de la gran lucha que a lo largo de muchas décadas conduciría a un primero de enero de 1959, cuando Fidel Castro, al frente del relevo de la tropa alzada aquel día en el alto oriente cubano, proclamaría el triunfo definitivo de las armas de la Revolución  frente al despotismo y al neocolonialismo para emprender  otra gran batalla en la que aún los cubanos estamos enfrascados: la consolidación de la victoria, la resistencia frente a la agresión del vecino que nos intenta asfixiar, hacia un estado de plena justicia social.

 

Hechos y motivaciones

 

 Han transcurrido 151 años del alzamiento insurreccional en La Demajagua.   En

rigor, aquel empeño de Céspedes de  estallido cristalizaba  anteriores esfuerzos

de quienes, en diferentes escenarios dentro de Cuba, y en el exterior, 

laboraban para lograr de  España un reconocimiento que les permitiera participar

de manera activa de la vida política y económica de la Isla.

  La expulsión de los cubanos de las Cortes Españolas había  demostrando la 

imposibilidad de llegar a acuerdos por la vía de las negociaciones y abría al

entendimiento la única vía que quedaba: la lucha armada.

  Correspondió a Carlos Manuel  de Céspedes,  hacendado bayamés, romper las

hostilidades frente al colonialismo español, anticipándose al momento 

conciliado entre los  conspiradores, quienes buscaban una salida a la opresión

económica que la metrópolis imponía a la Isla, sumiéndola en el estancamiento y

el inmovilismo, factores propiciatorios del yugo, derivados de la experiencia

ibérica ante la insurrección y liberación colonial de otras naciones americanas.   

  En el documento- programa firmado por Céspedes donde se  exponían las razones

del levantamiento armado, conocido también como  Manifiesto del 10 de Octubre,

expresaba: "Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio. El ejemplo de las más  grandes naciones autoriza este último recurso".

  Iniciadas las acciones en la región que actualmente ocupa la provincia de

Granma, posteriormente se extenderían  a Camagüey y  Las Villas.

  Fue larga y cruenta aquella primera etapa de la lucha por la independencia: 10

años antes de abrir un paréntesis, una década en la que el mundo asistió a la epopeya de los humildes reunidos en torno a los intereses surgentes de la burguesía cubana,  empeño inspirado en el fervor patriótico de la estrella refulgente sobre el fondo rojo, y en la ambición de ser, por sí mismos, dueños de sus destinos. 

 

  Céspedes, el “Padre de la Patria”

 

 El ejercicio de la real soberanía de la patria  es el mejor de los tributos que

el pueblo cubano puede rendirle a Carlos Manuel de Céspedes. 

   Al destacar los méritos del bien llamado “Padre de la Patria Cubana”,   Eusebio Leal, historiador de la Ciudad de La Habana,  ha  afirmado que fue un hombre de profunda cultura, humanista, soldado, caballero y fundador.

   Con la decisión de liberar a  sus esclavos en el ingenio La Demajagua y liderar el levantamiento armado frente al colonialismo español, el 10 de octubre

de 1868, Céspedes inició el largo proceso  de Revolución  en Cuba, y devino

símbolo de  la dignidad y la rebeldía del pueblo.

    Para  el profesor Eduardo Torres, presidente de la Casa de altos estudios

Fernando Ortiz, Céspedes fue un hombre de gran amplitud de pensamiento. Realizó

estudios superiores de derecho en España, recorrió varios países de Europa y se

nutrió del saber más avanzado de su época.

   Venerable maestro de la logia masónica Buena Fe, en Manzanillo, Céspedes

cultivó las relaciones conspirativas con jóvenes miembros de diferentes centros

de esa fraternidad, inspirados en el pensamiento de libertad, igualdad y

fraternidad, con una concepción democrática popular inclaudicable.

     Desde el principio de su alzamiento, en la manigua Céspedes supo que la

política del Gobierno de Estados Unidos se dirigiría a apoderarse de Cuba, por

ello se opuso resueltamente a los movimientos anexionistas y alerto de que cada día el pueblo cubano tendría que valerse de sus propias fuerzas.

    El temple indoblegable del patriota se puso a prueba cuando el enemigo

español intentó el chantaje tras haber capturado a su hijo Oscar, pero Céspedes

no cedió, y en viril gesto que trascendería al mundo, expresó: "Hijos míos son todos los que mueren por la independencia de Cuba".

   De ese ejemplo también se nutrió   la inspiración que José Martí, apóstol de

la Independencia cubana, le llevó a organizar y desatar la guerra necesaria que en 1995 condujo a la derrota del colonialismo español.

   Y entre los muchos méritos de Céspedes, quien fue capaz de amar intensamente,

cultivar las artes y devenir pionero de la difusión ajedrecística en Cuba, destaca su fidelidad a los ideales y a la unión, incluso cuando fue depuesto como presidente de la República en Armas.

   Con solo un revolver y seis balas, Carlos Manuel de Céspedes enfrentó a las

huestes españolas en su combate final de San Lorenzo, Sierra Maestra, desde

donde trascendió a la historia,  para seguir inspirando con su inmortal ejemplo de rebeldía al  pueblo y a la nación que fundó.

  Desde la raíz histórica que alimentó la conciencia abonada por muchos, conocida y anónima, hasta la libertad primera que Céspedes enseñó sin distingos raciales ni sociales, una y otra vez los cubanos  hemos sabido luchar para sostener en alto la bandera de la dignidad, la independencia y la soberanía.

  Fortalecidos  por la experiencia acumulada, con el saber  de muchos esos años de lucha y las enseñanzas de quienes durante el camino han tomado el relevo generacional --Fidel en la memoria siempre--, hoy se renuevan esperanzas y esfuerzos, se institucionalizan cada vez más el Gobierno y el Estado,  con  bríos de los nuevos que llegan sin olvidar esa historia que obliga y duele, al tiempo que desborda el orgullo de saber que todos, en unidad inquebrantable, seguimos en una trinchera común, luchando para mantener viva aquella libertad primera, a pesar del prolongado asedio del gigante imperial (TVY)(10/10/19).

0 comentarios