Donald Trump y Cuba, el viernes, entre vaticinios y realidades
Roberto Pérez Betancourt
Donald Trump debe hablar pú8blicamente este viernes 16 de junio para referirse a la política de su gobierno con Cuba, según han anunciado medios de prensa internacionales y políticos norteños.
Casi cinco meses después de tomar posesión del poder Ejecutivo, que ganó en contra de la mayoría de los pronósticos de entendidos en temas electorales de la nación multiestado, el rubio mandatario, controversial, enemistado con la gran prensa de su país, arrogante y bajo escrutinio en el Congreso, se pronunciaría sobre la política de acercamiento con Cuba, que inició Barack Obama, y su propia decisión de revertirla, mantenerla, modificarla, en fin, ajustarla a su decisión ejecutiva.
No faltan políticos influyentes y grandes medios de comunicación social que alertan a Trump sobre los perjuicios económicos para los propios Estados Unidos que entrañaría darle marcha atrás a lo avanzado en materia de conversaciones diplomáticas, acuerdos suscritos, aperturas parciales y negocios establecidos y probables en un futuro inmediato y mediato.
Recordemos que en agosto de 2015 la embajada estadounidense en La Habana reabrió sus puertas más de medio siglo después de haberlas cerrado tras la revolución triunfante en Cuba, liderada por Fidel Castro, genuino hecho revolucionario del que fue actor activo el pueblo de la Isla, consciente de sus decisiones, que asumió el modelo socialista como vía irreversible de independencia, soberanía y desarrollo, a pesar de los obstáculos que el gran vecino norteño interpuso a lo largo de casi seis décadas, incluido el vigente bloqueo económico, comercial y financiero, que solo el propio Congreso estadounidense podría abolir.
La flexibilización para que estadounidenses puedan viajar a Cuba, ceñida a 12 categoría definidas en la política trazada por Obama, en realidad ha permitido una expansión de las visitas a la Isla, en medio de las controversias, porque esa “apertura” todavía sigue restringiendo las libertades constitucionales de los estadounidenses, de viajar a donde les plazca.
Refiriéndose al significado económico de esa flexibilización, traducida en negocios de aerolíneas y otras entidades que han aprovechado las brechas del deshielo, el influyente grupo estadounidense de cabildeo Engage Cuba, ha argumentado que retroceder en lo avanzado tendría un impacto de miles de millones de dólares en la economía de su país y afectaría empleos en las industrias aéreas y de cruceros.
Lógicamente, dar marcha atrás en el acercamiento sería una decepción para muchos negocios estadounidenses que quieren invertir o importar a Cuba. Al respecto, analistas citan a John Kavulich, del Consejo de Economía y Comercio entre EE.UU. y Cuba, y sus palabras referidas a que "la comunidad de negocios de EE.UU. como un todo se ha estado preparando para muchos escenarios (para Cuba) desde el día en que Donald Trump fue elegido".
Pero no solo temas económicos se incluyen en las preocupaciones de quienes observan los pasos de Trump, pues las áreas del deporte, la cultura, las ciencias y las investigaciones médicas, exhiben progresos concretos que sufrirían si el mandatario decide suprimirlas, en perjuicio en primer lugar de los propios estadounidenses, quienes de hecho verían cercenadas la posibilidades de disfrutar de los avances en la isla en inmunología y tratamientos contra el cáncer hoy sometidos a más estudios y pruebas en EE.UU.
Sería una lástima que lo andado se revierta por una decisión superficial y temperamental del poder Ejecutivo, habida cuenta las voces bipartidistas que alertan e incluso promueven proyectos de leyes a favor de seguir ampliando las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, han crecido en términos cuantitativos y cualitativos.
Pero Cuba y los cubanos están acostumbrados a las veleidades de los gobiernos norteños, que cada cuatro años puedan dar golpes de timón a la marcha de sus políticas, incluidas las amenazas, agresiones de todo tipo, e intentos fallidos de revertir la soberanía de los isleños, sólidos en sus convicciones de principios.
El gobierno cubano ha reiterado siempre su disposición a dialogar, pero sin ceder ni un ápice en su soberanía e independencia, lograda tras muchos años de sacrificio, temas que no están en ninguna agenda de debates y que Trump, a través de sus asesores, debiera conocer bien antes de bajar o subir el pulgar imperial.
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