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DEBATE ABIERTO, la página de Roberto Pérez Betancourt

Aniversario 55 de la primera graduación de Administradores de Industrias

Aniversario 55 de la primera graduación de Administradores de Industrias

- Escuela fundada por el comandante Ernesto Che Guevara

Roberto Pérez Betancourt*

La nota publicada en el diario Noticias de HOY, el sábado 23 de diciembre de 1961, bajo el título: Clausuró Che Guevara acto de graduación de administradores, informa: “El Ministro de Industrias, Comandante Ernesto Che Guevara, resumió anoche el acto de clausura del “Curso de los 400”, de la Escuela de Administradores “Patricio Lumumba”, en el cual se le entregaron sus diplomas a los trescientos siete (307), recibiéndolos simbólicamente un alumno por cada aula…” (Sic).

Culminaba más de un año de intensos estudios en una actividad docente inédita en el país, que reunió a obreros, campesinos, empleados, técnicos, soldados y oficiales del Ejército Rebelde, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, de muy diversos grados de instrucción y procedencia social, llegados de variadas provincias.

Habían sido convocados por la urgencia del avance revolucionario, inspirados en el ejemplo de sacrificio de mártires y héroes en la epopeya de la lucha y el entonces reciente triunfo revolucionario sobre la dictadura pro imperialista de Batista.

El Che: precisiones vigentes

En el acto de graduación, el Comandante Ernesto Che Guevara pronunció las palabras de clausura. En su estilo directo precisó conceptos y ejemplificó la conducta que debía caracterizar a los cuadros administrativos: “Me da la impresión de que se ha realizado lo más importante de todo, que es la maduración política, porque la maduración política significa tener la comprensión clara de los problemas que existen y tener la certeza de que se desconoce mucho, y de que hay que avanzar a tientas por un camino muy difícil, la comprensión política.

La madurez política significa también que se tiene el deseo y la decisión de entregarse de lleno a una causa que ahora se comprende y que razonablemente se puede ir a realizar cualquier clase de trabajo en bien de la colectividad.”

Y en otro momento de aquella intervención histórica, precisaba Che Guevara: “El socialismo se hace solamente con el trabajo humano, no es una creación milagrosa, ni es un producto exclusivo de la conciencia, es producto del trabajo humano, es el producto de la técnica superior aplicada a un régimen en el cual las condiciones son iguales para todos y el reparto de la riqueza se hace justamente para todos. Para que exista el socialismo tiene que haber producción, para que esta producción permita crear los excedentes necesarios para el desarrollo de nuevas industrias.

Se necesita aumentar día a día la productividad, y la productividad tiene una fase que es el mejoramiento técnico y otra fase que es el mejoramiento de los sistemas contables y financieros, y el mejoramiento de los ahorros de la producción…”

Cincuenta y cinco años después, estas palabras siguen manteniendo plena vigencia, al igual que otras recomendaciones y ejemplos legados por la inteligencia y la voluntad de quien llegaría a trascender para la posteridad como el Guerrillero Heroico, de quien se seguirá hablando en el devenir de la humanidad.

Un curso inédito en América Por la naturaleza de sus propósitos y la extracción social de de sus participantes, alumnos y profesores, el curso de Los 400 (cifra a la que se aspiraba) fue inédito en América.

Comenzó el tres de octubre de 1960 en la escuela primaria superior Flor Martiana, del Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), que desde octubre de 1959 estuvo bajo la dirección de Che Guevara, quien el 25 de noviembre de ese mismo asumió la presidencia del Banco Nacional de Cuba, y a partir del 23 de febrero de 1961 la de Ministro de Industrias.

En diciembre de 1960 las actividades docentes pasaron a desarrollarse en el Hotel Nacional, bajo la dirección de Víctor Trejo. Según explican sus primeros integrantes, la inauguración oficial ocurrió el sábado 7 de enero de 1961.

Posteriormente, las aulas y el albergue de los estudiantes se trasladaron a la antigua Casa de los Alcaldes, en la localidad habanera de Vento, hasta la graduación. Intensas eran las jornadas diarias de estudio, desde bien temprano en la mañana hasta entrada la noche. El sábado había un pase hasta el domingo por la noche. El programa incluía: matemática (aritmética, álgebra, geometría, trigonometría), química, principios técnicos (Física y procesos industriales) Español, Economía política, Filosofía, Organización y planificación empresarial, estadísticas, contabilidad y finanzas…

Los alumnos efectuaban periódicas visitas a importantes industrias en La Habana, Pinar del Río y la provincia de Matanzas, donde apreciaban experiencias de los primeros interventores de esos centros labores, estudiaban flujos de producción y la interrelación de las administraciones con las organizaciones políticas y sindicales.

El colectivo de estudiantes creó su propio periódico, nombrado El Obrerito, dirigido por Humberto Valdés Díaz, prestigioso caricaturista, y un grupo de responsables de cada edición.

También se confeccionó el himno de la Escuela, que reproducimos al final de este trabajo, y se efectuaron variadas actividades extracurriculares, incluidas de crítica y apreciación cinematográfica, trabajos voluntarios diversos, entre los que sobresalen en la memoria la descarga de buques, trasiego y almacenamiento de productos en los muelles de La Habana, apoyo a la producción en fábricas, cortes de caña en la zafra azucarera, y la operación del canje de moneada efectuada en el país en 1961, entre otras. Graduados exponen experiencias A Albino Armando Valdés Castillo se le conocía mejor por el apelativo de “El Quemao”, alusión a su empeño en estudiar y estudiar y a su temperamento fogoso. Hoy encabeza un grupo de ex alumnos esforzados en rescatar las memorias de aquel curso pionero. Pone en ese empeño igual dedicación y entusiasmo con que ingresó a los 18 años de edad en esta singular tropa de revolucionarios. Procedía de la fábrica de tapas Robredo, en la barriada habanera de Luyanó, donde se desempeñaba como oficinista. “La selección de alumnos se hizo a través de las organizaciones revolucionarias. Yo ingresé por conducto del Partido Socialista Popular (PSP) (Comunista), luego de pasar un test psicométrico.

El primer director de la escuela fue Julio Cáceres, El Patojo, compañero de ideales y amigo de Che. Vestíamos camisa gris, pantalón y gorra verdeolivos y usábamos un brazalete distintivo del Curso de los 400. “Cuando nos graduamos fui designado para administrar la Empresa Consolidada de cervezas y maltas en San José de Las Lajas, que poco después fue desactivada y pasé a otras funciones administrativas…”

A Mario Enrique Ponte, obrero de Plantas Eléctricas, le encomendaron administrar el central azucarero Urbano Noris, lo que para él significaba visitar por vez primera una de esas industrias. “Desde entonces siempre me desenvolví en el sector azucarero –explica-. Más tarde me licencié en economía. El Che nos enseñó la necesidad de estudiar, pensar y cooperar, como hacíamos en los CILOS, como llamábamos a los Comités de industrias locales, que en las diversas comunidades reunían a los administradores de industrias para entre todos conocer problemas y contribuir a solucionarlos…”.

Coinciden los administradores de la época en elogiar aquellos CILOS, donde se trataban asuntos prácticos. Las entidades que contaban con más posibilidades técnicas y mejores talleres contribuían con otras cercanas a solucionar déficit de piezas de repuestos. Sus expertos asesoraban e incluso reparaban maquinarias en fábricas de menores recursos, porque se acentuaba la escasez de recursos importados. Un papel muy importante desempeñó en aquella época el taller de mecánica y los técnicos y operarios de la fábrica de Jarcias de Matanzas, posiblemente la mejor dotada entre las activas.

Las empresas capitalistas se negaban a suministrar abastecimientos y se desarrollaron cursos de capacitación conocidos como “mínimo-.técnico” y “Fabrica tu maquinaria”, entre otros.

En tiempos de Playa Girón Eduardo Blázquez Hernández, laboraba en la oficina del central Méjico, en Colón, -180 kilómetros al este de la capital del país-, en la provincia de Matanzas, y fue designado administrador de una empresa de fertilizantes en Lawton, La Habana. De aquellos momentos recuerda: “A pesar de la diversa procedencia de los alumnos, llegamos a expresar fuerte unidad de criterios y solidaridad. Al producirse el ataque a Playa Girón, unánimemente los expresamos la disposición de ir al frente de combate, pero nos ordenaron permanecer acuartelados en la escuela”.

Hago un paréntesis para recordar: El entonces teniente, y hoy general, Hugo del Río, también alumno de la escuela, formó una compañía integrada por varios pelotones, organizó guardias y puso a marchar a todo el estudiantado. Para los más jóvenes fue el estreno en “artes militares”, también para numerosos veteranos, y para los que procedían del Ejército Rebelde, la posibilidad de comandar y advertir a la tropa con una frase inolvidable: “Aquí, en el pelotón, ya todo el mundo opinó, nadie pide la palabra, ¡firmes!” Aludían al espíritu polémico del alumnado, motivado precisamente por las clases de economía política y filosofía.

En las aulas se debatían vivamente los temas que los profesores de filosofía y economía política introducían. No resultaba fácil la polémica para quienes estaban acostumbrados a la disciplina militar.

“El Che probó las primeras combinadas cañeras…”

Alfonso Pérez Peñalver era obrero portuario. Luego de graduado dirigió fábricas de muebles y después el central azucarero Pablo Noriega, en Quivicán. “Al principio me intimidó un poco aquella encomienda, pero puse manos a la obra. Allí el Che probó las primeras combinadas cortadoras de caña, y se fundó el Instituto Cubano de Derivados de la Caña de Azúcar (ICIDCA). “El Che llegaba frecuentemente a realizar trabajo voluntario desde antes de las siete de la mañana y hallaba a todos listos con sus mochas. Cuando visitaba al central, en vez de dirigirse a la dirección iba directo a dialogar con los trabajadores”.

Emma Jiménez Rubio lucía sus 21 primaveras agraciadas y acaba de graduarse como contadora en Cárdenas -150 kilómetros al nordeste de la capital cubana-, en la provincia de Matanzas, cuando ingresó al Curso. Por su propia voluntad se presentó para expresar su deseo de cursar aquellos estudios. Allí conoció a Armando Alvisa Rivero, también contador, procedente de Cubana de Acero. Ambos se enamoraron. Al concluir el curso, Armando fue ubicado en Matanzas, y ella en La Habana. Una vez más la tenacidad se impuso y logró que la enviaran a administrar cerca de su compañero con quien contrajo un matrimonio que perdura. “Existía gran honradez y compañerismo ente el alumnado –comenta Emma--. Entonces no era habitual que una mujer desempeñara funciones de dirección. Administré en confecciones textiles y en la fábrica de fósforos, en Matanzas. Siempre traté de apoyarme en los trabajadores de mayor experiencia en el ramo. Armando tuvo que aprender lo relacionado con la distribución de petróleo cuando fue ubicado en la Terminal de Matanzas, donde, explica, al principio tuvo que enfrentar cierto rechazo por parte de ingenieros y especialistas que no veían con agrado la llegada de un administrador de 21 años de edad que no procedía de ninguna de las grandes compañías norteamericanas. Pero con trato afable logré que cooperaran. Cuando el Che visitaba la provincia me montaba en su carro y eso me ayudaba. Yo le hacía mil preguntas y aprendía de él.

En primera persona

Producir, ahorrar y organizar, era el lema de la Escuela que contribuyo a formar cuadros emergentes para ocupar responsabilidades importantes tras la nacionalización de industrias y el avance de la socialización de los medios de producción en Cuba.

Si me preguntan cuál fue el aporte fundamental de los profesores –muchos de ellos alumnos con superior instrucción y calificación técnica-, y de las relaciones interpersonales establecidas, afirmo, sin dudar, que la propia formación política y cultural, la fraternidad y la cohesión en los principios revolucionarios, la disciplina, y otros valores humanos que dimanan del contacto directo con quienes dan de sí mismos sin pedir algo, un caudal de afectos y conocimientos que no se encuentra en libros o manuales.

El primer curso de administradores de industrias fue difícil, más para quienes ingresaron con bajo nivel escolar. Pero ese factor contribuyó a unir más las voluntades. Los que habían egresado de estudios medios o superiores devinieron maestros y monitores de todas las horas del día y de la noche, al tiempo que aprendían del ahínco de quienes se esforzaban para aprobar las materias. Recuerdo al sargento García, del Ejército Rebelde, que se rompía la cabeza para asimilar el significado de triángulos y cálculos trigonométricos e intentaba a la vez aprenderse las tablas de multiplicar.

El sargento Pool, espigado y afable, insistía en que le explicara los conceptos de clases sociales y de plusvalía porque, decía, a él lo habían a tenido engañado toda la vida antes de saber que esas cosas existían.

Fueron numerosos los egresados del Curso de los 400 que llegaron a ocupar cargos como directores de empresas nacionales, viceministros, ministros, cónsules, embajadores, se desempeñaron como combatientes internacionalistas y asumieron otras responsabilidades importantes.

 Acabo de saber que de la relación inicial de alumnos graduados, más de 150 han fallecido Y es que el tiempo, inexorable, pasa y deja sus huellas, también sus recuerdos, aquí apretados por requerimientos del tirano espacio periodístico. (TVY)(Actualizado en 22/12/16). *El autor se graduó en la Escuela de Administradores de Industrias

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