Che, con la vocación de Bolívar
Roberto Pérez Betancourt
Ernesto Guevara de la Serna es uno de esos seres privilegiados que cada año renace y cada día alumbra con el ejemplo de haber seguido la vocación del libertador Simón Bolívar.
Vino al mundo por vez primera el 14 de junio de 1928 en la localidad argentina de El Rosario, provincia de Santa Fe. Este verano se conmemoró el aniversario 86 del suceso. El 9 de octubre de 1967, hace 47 años, fue asesinado vilmente por mandato de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) del gobierno estadounidense.
Che estudió medicina con la ilusión de aliviar el dolor de los menesterosos. Pero su andar infatigable llenó sus ojos y rebosó su pensamiento con verdades trascendentes: No bastaba una conducta aislada. Para curar los grandes males de la sociedad era menester sembrar conciencias, ahorrar quejas y multiplicar acciones.
Transitó durante 39 años por diversos parajes, proyectando su energía, expresada en su voluntad de esgrimir ideas y empuñar fusiles para combatir junto a los pobres.
A Cuba llegó vistiendo uniforme guerrillero en la tropa heroica del yate Granma, comandando por Fidel Castro, y entre cubanos cabalgó montañas. Junto a Camilo Cienfuegos, otro de su estirpe, invadió el occidente y en la clarinada del 59 comprobó la validez de la tesis martiana: para ganar la paz era menester volver a hacer la guerra necesaria.
Seis años más llenaron su inquieto andar cubano entre trajines administrativos y proyectos guerrilleros. En ellos dejó constancia de su brillante inteligencia y carácter intransigente, en extremo austero, primero que todo consigo mismo.
Y cuando el tres de octubre de 1965 el Comandante en Jefe informó la relación de integrantes del primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba, todo el país vibró al conocer el texto de la carta dirigida a Fidel por el que allí faltaba.
“... Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos.
“...Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y dolor, aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos... y dejo un pueblo que me admitió como un hijo; eso lacera una parte de mi espíritu. En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes; luchar contra el imperialismo dondequiera que esté; esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura.”
Che se marchaba de Cuba. Contaba 37 años de edad. Llevaba consigo la vocación de Bolívar y un puñado de hermanos guiados por la estrella martiana. Surgía una nueva etapa en la vida del Guerrillero más famoso de la historia.
Tras dos años de incertidumbre, en los que la presencia beligerante de Che y su Guerrilla en tierras sudamericanas se convirtió en pesadilla para los oligarcas, llegó la noticia de su muerte.
En la última página de su diario de campaña se lee: "...Salimos los 17 con una luna muy pequeña". Era la madrugada del 7 de octubre de 1967. Al otro día, en la Quebrada del Yuro, herido y con el fusil inutilizado, fue capturado y obligado a subir por la pendiente escabrosa, de unos dos kilómetros, hasta La Higuera.
El 9 de octubre fue asesinado. Contaba 39 años de edad. Le dispararon una ráfaga de ametralladora. Después un sargento borracho creyó rematarlo con un tiro de pistola. No sabía el iluso que aquella detonación marcaba la resurrección de Che Guevara. A partir de entonces a ese apelativo se añadiría el de un símbolo trascendente: El Guerrillero Heroico.
Cuando sus restos fueron hallados treinta años después, en la localidad boliviana de Valle Grande, la imagen ya inmortal de Che multiplicado hacía decenios que recorría el mundo para liderar mítines obreros y campesinos, encabezar marchas triunfales, inspirar acciones redentoras en todas las latitudes.
0 comentarios