¿Cuánto puede el pensamiento?
Roberto Pérez Betancourt
No se trata de mover objetos con la vista, ni siquiera la añeja pretensión telepática, sino del fenómeno cierto del poder del pensamiento sobre la voluntad propia, capaz de convertir al individuo en guiñapo humano, temeroso hasta de su sombra, o en titán vencedor de todos los infortunios probables.
No hay trampa, sino meditación serena: “A los fuertes les pasa lo que a los barriletes: se elevan cuando es mayor el viento que se opone a su ascenso”, dijo don José Ingenieros (profesor y psiquiatra argentino 1877-1925). No aludía a levantadores de pesas, sino a hombres de pensamiento.
En las citas de celebridades, acompañadas de obras consecuentes, se hallan verdades orientadoras de acertadas conductas. Ellas iluminan el laberinto por el que algunos seres humanos creen transitar, porque a cada instante tropiezan con obstáculos aparentemente insalvables.
Los que estiman que todo les saldrá mal y se resignan al Apocalipsis de sus pensamientos negativos, se auto condenan a sufrir hasta el ocaso de sus días. Triste decurso y final de una existencia que no compra boleto de retorno, simplemente porque no existe prueba alguna de que el viaje sea reversible.
Entender esa verdad es crucial para evitar ideas negativas y transitar abiertamente en el universo de las proyecciones positivas, que abren puertas, delinean el futuro y permiten exclamar con sinceridad que vale la pena vivir la vida.
El poder del pensamiento es tal que puede lograr multiorgasmo femenino o eyaculación masculina sin estímulo físico de otro. También es capaz de invalidar al más fuerte atleta, anular el dolor sin anestesia, provocar risas o llantos infinitos, amar hasta el delirio, u odiar hasta la demencia. No son figuras retóricas, sino consecuencias ciertas del pensar.
El humano es distintivamente ser pensante. Pero necesita aprender a orientar sus pensamientos positivamente hacia la placentera racionalidad que nombramos felicidad.
Existen adinerados poderosos, capaces de aplastar a los demás con su poder físico, pero son infelices de espíritu, que es decir castrados de pensamiento. También abundan los pobres de fortuna, pero aptos para disfrutar el mundo en que viven, desde el sol hasta las estrellas.
Quienes permanecen todo el tiempo atrapados entre los barrotes virtuales de una jaula mental, necesitan aprender a usar la fuerza de sus pensamientos positivos para escapar de esa prisión.
Los pensamientos negativos se manifiestan a través del cuerpo, apuntan expertos en psiquiatría: Quienes los padecen suelen quejarse de “nudos en la garganta” o “de querer que la tierra se abra y nos trague”.
Tales estados de ansiedad corresponden a frustraciones padecidas por causas que, la mayoría de las veces, en realidad no tienen importancia, pero quienes las afrontan las magnifican en su mente, confiriéndoles categorías de desastres insalvables.
En tales casos, lo que sucede es que el individuo no está preparado para generar oportunos mecanismos de defensa.
Por consiguiente, lo principal es comprender que para cada causa de problema existen soluciones probables.
La muerte de un ser querido, quizá una de las tragedias personales de mayor incidencia en la psiquis, se diluye con el tiempo, porque la mente humana está dotada de la capacidad de olvidar para que el dolor afectivo no devenga consecuencia de patología mental.
“Las personas con habilidades emocionales bien desarrolladas tienen más probabilidades de sentirse satisfechas y ser eficaces en su vida y de dominar los hábitos mentales que favorezcan su propia productividad”, afirma el doctor Daniel Goleman, y no le falta razón.
Hay que construir filtros mentales, capaces de asimilar lo positivo de las críticas que se reciben y echar al cesto de la basura las incisivas agresiones de quienes traten de disminuir la autoestima del otro mediante venenosas afirmaciones, entre las que suelen incluir gratuitas acusaciones de “autosuficiencia” o “ineptitud”.
En su poema “Remordimiento”, el gran poeta argentino Jorge Luis Borges afirma: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”.
Librarse de ese pecado es posible. Solo se necesita una diaria oración íntima que fortalezca el optimismo y eleve la autoestima.
En la vida existen individuos como Henry David Thoreau que insisten en que “Casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación”. También los hay como Martín Lutero, que afirman: “Aunque el final del mundo sea mañana, hoy plantaré manzanos en mi huerto”. Estoy totalmente de acuerdo con esa vocación de sembrador optimista. Pero prefiero que sean guanábanas, mangos y caña de azúcar, que se dan en mi país.
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