Voluntad de Aprender y vocación de Educar
Roberto Pérez Betancourt
Crucé el miércoles último frente a la redacción de la Agencia de Información Nacional (AIN) en la ciudad de Matanzas –100 kilómetros al este de la capital cubana--, y me dejé llevar por el hábito sedimentado en cinco lustros de haber trabajado allí: Quité el gancho de la puerta y apenas había entrado me sorprendió el inconfundible ambiente rumoroso que envuelve a los estudiantes en un aula.
Fue fácil deducir que era un grupo de educandos de la escuela de periodismo, que por estos días realizan prácticas en los medios de difusión masiva de la provincia. En la AIN son guiados por Barbarita Vasallo, quien, al mando de la computadora, cual si esta fuera una nave espacial, conducía a los muchachos a través del universo del conocimiento periodístico de una agencia de prensa.
Tras los saludos de rigor, no pude reprimir el impulso de hacer “clic” y plasmar la instantánea en una postal puertas adentro. Estas, al igual que las tomadas en exteriores, pueden comunicarnos un sinfín de motivos para sonreír, meditar, recordar y hasta alegrarnos.
Confieso que preferí haber sido parte de aquel grupo, que atendía a la profesora para que no se les escapara ningún detalle en la navegación por el ciberespacio.
Estos jóvenes, una parte pequeña de los más de 50 que cursan la carrera de periodismo en la universidad Camilo Cienfuegos, son ejemplo de dedicación y voluntad de aprender. Con ellos he compartido aulas y talleres, no tantos como quisiera, ni con la sistematicidad que me gustaría, pero los suficientes como para percatarme que ellos pertenecen a una futura generación de mejores profesionales de la prensa, más cultos y adiestrados en las tecnologías digitales, en los secretos de la computación y, sobre todo, dotados de la vocación que impulsa a no derrochar el más valioso de los capitales: el tiempo de vida.
Y me sentí alegre, como siempre que departo con jóvenes inteligentes, y más porque comprendí lo que ya había intuido, la periodista Bárbara Vasallo es una profesora en toda la extensión de la palabra, con la paciencia justa para desmenuzar detalles añejados con didáctica y paciencia, al tiemp0o que disfruta la obra de construir, como debe ser, como hacen los que llevan en sí la vocación del magisterio.
Disfruté aquellos minutos, aunque quizás ninguno de los presentes se diera cuenta, y en la cámara me llevé el tesoro de la Postal de Matanzas que aquí les entrego, con toda la cursilería que ustedes quiera, pero también con el entusiasmo de un adolescente de la tercera edad que afirma sin rubor: ¡La vida comienza a los 70!
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