EL PULGAR DE W. BUSH
Por Roberto Pérez Betancourt
Con la mirada perdida en el ocaso mientras en Iraq y Afganistán
arden las llamas de la ira, cual Nerón del siglo XXI el presidente
George W. Bush contempló un instante su dedo pulgar derecho y luego lo
alzó a la vista del mundo para conmutar la sentencia por grave falta de
su amigo I. Lewis Libby, a punto de ingresar por dos años y medio en
la cárcel, cual vulgar delincuente.
Apenas había terminado de pronunciar la última sílaba de sus frases
justificativas, especialmente aquella que remedaba severidad:
"Mantendré la multa de 250 mil dólares y le aplicaré dos años de
libertad condicional", cuando se desató un vendaval de críticas en
círculos políticos, en las calles y en las propias prisiones
norteamericanas.
¿Quién es y qué hizo este Libby para merecer que en marzo último un
tribunal lo condenara a dos años y medio de cárcel por mentir y
obstruir la justicia, como a cualquier mafioso de barrio, y en junio
rechazara su recurso de apelación?
Se trata nada menos que del ex jefe de gabinete de Dick Cheney,
vicepresidente de EE.UU. Libby asumió la culpa de haber filtrado a la
prensa que la señora Valerie Plame era agente de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA), algo muy grave.
Pero Plame, además, era la esposa del ex diplomático Joseph Wilson,
encargado de certificar en 2003 que Iraq poseía armas de destrucción
masiva, uno de los principales argumentos para desatar la guerra. El
experto no solo se negó a mentir, también denunció la falsedad y dio
pie al declive en picada de la credibilidad de la actual administración.
Obviamente, el equipo de funcionarios fundamentalistas que llevan
las riendas de la Casa Blanca, cual mafia entrenada, no estaba
dispuesto a dejar pasar el "mal ejemplo" de Wilson, e indirectamente le
pasó la cuenta, sin recordar que más rápido se captura a un mentiroso
que a un cojo.
Las sospechas sobre la identidad de aquella "garganta profunda," que
había echado a rodar las funciones secretas de Valerie en la CIA,
recayeron de inmediato en el propio Cheney. Las investigaciones de
prensa estrecharon el cerco hasta que de pronto apareció el comodín
Libby para cargar la culpa.
Tras el generoso gesto del pulgar de Bush, precisamente el día
antes fijado para que el encartado entrara en prisión, los comentarios
sobre su gesto son dignos de una antología del "eufemístico buen decir
entre políticos".
Para el senador Charles Schumer, "el perdón atropella el principio
de justicia para todos por el que lucharon los padres de la
independencia norteamericana".
John Edwards, aspirante a la nominación demócrata en la campaña
presidencial de 2008, sentenció: "Solo un presidente clínicamente
incapaz de comprender que hay que enfrentar las consecuencias de sus
errores podía hacer lo que él (Bush) hizo''.
Esta decisión ''cimienta la herencia de una administración marcada
por una política de cinismo y división'', agregó Barack Obama, otro de
los que confían ganar la postulación, mientras que Hillary Clinton
--para muchos la favorita en idéntico propósito-observó que la decisión
de Bush es "simplemente una prueba más de que esta administración se
considera por encima de la ley''.
Quien apuntó directamente al pulgar maltrecho de Bush fue el diario
The New York Times, al comentar lo que casi todos sospechan: en
realidad Presidente y Vicepresidente temen que la "garganta profunda"
de Libby vomite todo lo que sabe sobre el abundante ropero sucio de la
Administración respecto de Iraq y de mucho más.
No deja de reconocer el diario que según la Ley, el Presidente tiene
la autoridad para otorgar perdón y clemencia ". pero en este caso el
señor Bush no parece actuar como un líder que toma una decisión para
hacer justicia. lo que parece en realidad es un hombre preocupado por
lo que pudiera narrar uno de sus ex colaboradores, al ser inminente su
entrada a la celda".
Hoy, las encuestas a nivel de calle condenan abrumadoramente a W.
Bush. Pero por más que se busque en la prensa no se hallará la reacción
de familiares de varias decenas de personas que recibieron sus
sentencias de muerte, tras quedar esperando que aquel les conmutara la
pena cuando era gobernador en Texas.
Por supuesto, ninguno de los ejecutados era amigo del actual
inquilino de la Casa Blanca, ni jamás sirvió a Cheney, por lo tanto
nada podían esperar del pulgar entrenado de W.
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