Día del Miliciano, ¡Socialismo en Cuba!, testimonio de un veinteañero
Roberto Pérez Betancourt
La noticia la recibimos en la Escuela de Administradores de Industrias Patricio Lumumba, fundada por el Comandante Ernesto Che Guevara, a la sazón ministro del ramo, cuando aquel 16 de abril de 1961 el Comandante en Jefe Fidel Castro reveló al mundo el carácter socialista de la Revolución armada, que había triunfado en Cuba el primero de enero de 1959.
El alumnado de aquel plantel estaba integrado por cerca 400 alumnos de muy diversas edades y procedencias. Los había sesentones y también muy jóvenes, todos integrantes y simpatizantes de las principales organizaciones revolucionarias que habían participado en la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, en la Sierra y en el llano: 26 de Julio, Partido Socialista Popular, Directorio Revolucionario… Los había civiles y militares, barbudos del Ejército Rebelde, que habían bajado de la Sierra Maestra y del Escambray, cada uno con su carga de experiencias acumuladas bajo el capitalismo y la lucha contra las tiranías de Machado primero y de Batista después, y sobre todo cargados de sueños en el devenir de una Revolución que ahora se abría al mundo con un apelativo trascedente: Socialista.
El día anterior, 15 de abril, aviones B-26 engañosamente pintados con insignias de la Fuerza Aérea Cubana, habían bombardeado dos bases militares y un aeropuerto civil.
Fidel Castro había pronunciado su histórico discurso ante un mar de obreros y campesinos uniformados, con los fusiles en alto, que daban el postrer adiós a los compañeros asesinados la víspera. El máximo líder de la Revolución, desbordado en elocuencia, anunció que los cubanos lucharían juntos contra la inminente invasión que desatarán los yaquis y defenderían a la patria ya socialista con el ánimo de construir una sociedad más justa y humanitaria, con todos y para el bien de todos, como lol había soñado José Martí.
Ante la efervescencia revolucionaria, en la Escuela de Administradores se produjo una pequeña revuelta. Todo el mundo quería unirse a sus respectivas unidades de Milicias y del Ejército, acudir a la línea frontal de combate. Inspirados en las clases de Economía Política, los tribunos más elocuentes reclamaban el derecho a defender a la patria. Todos querían hablar y pedían la palabra con los brazos en alto para exigir un lugar en la pelea…
Entonces el bullicio ensordecedor se aplacó de pronto. Desde lo alto de un taburete el teniente del Ejército Rebelde Hugo del Río (más tarde general), combatiente de la Sierra Maestra, el oficial de mayor grado en ese momento entre los reunidos, alzó la voz para decir….
“¡Aquí ya todo el mundo opinó y votó!. No hay más discusión. A formar pelotones y entrenar!. Se designaron los sargentos y comenzamos a marchar y a marchar, por la avenida que daba entrada a la Escuela, con disciplina y paso firme, entonando himnos revolucionarios, dando rienda suelta a la emoción contenida y a los deseos de adivinar el lugar por donde entrarían los soldados del imperio…
En eso se sintieron los motores claritos de dos aviones, y la tropa rompió filas a las órdenes del Teniente para resguardarse debajo del concreto de la antigua casa de los Alcaldes de La Habana, en Vento, edificio que ocupaba la Escuela. Se temía que fueran de nuevo los aviones yanquis camuflados que venían a bombardear. Recuerdo especialmente a Figueredo, un compañero de la región oriental, de media edad, que andaba en muletas, rezagado en la carrera, pero apurando el paso, a quien ayudamos a llegar al refugio. Afortunadamente pasó el susto y siguieron los entrenamientos, después las guaridas nocturnas y diurnas en el Río Cristal, acompañados de mosquitos y de fusiles de la Primera Guerra Mundial, y una carabina M1 yanqui, que cuando se colocaba con el cañón hacia abajo dejaba caer el proyectil.
Pero la moral estaba muy en alto, y así se mantuvo durante los días siguientes. Cuando se conoció de la invasión mercenaria en Playa Gión (Bahía de Cochinos, en la Ciénaga de Zapata), en la madrugada del 17. Entonces volvió a armarse la pequeña revuelta emocional de los estudiantes, reclamando un transporte para irse al combate…
Finalmente volvió a prevalecer la cordura. “Si nos necesitan, nos llamarán”, calmó Hugo del Río, auxiliado por otros compañeros del Ejército Rebelde, que también estudiaban allí para convertirse en los primeros administradores graduados por la Revolución.
Finalmente, Invasión y victoria; júbilo, alegría y días por vivir…
A las 01:30 horas del día 17 de abril comenzó el desembarco mercenario de la
denominada Brigada 2506, similar a las unidades de asalto anfibio de Estados
Unidos, que reunía a unos mil 500 efectivos fuertemente armados con tanques y
artillería de campaña, y treinta aviones.
Las tropas cubanas estaban compuestas por combatientes del Ejército Rebelde
y la Policía Nacional Revolucionaria, pero el grueso fueron milicianos voluntarios, entonces con escasa o ninguna experiencia militar.
A las 17:30 horas del 19 de abril, la invasión estaba totalmente derrotada, aunque a un elevado costo: 176 muertos, 300 heridos y 50 discapacitados.
Como expresara el General de Ejército Raúl Castro: “No vino al mundo uestro Socialismo en pañales de seda, sino en el rudo algodón de los uniformes de las milicias obreras, campesinas y estudiantiles; de los combatientes del Ejército Rebelde y la Policía Nacional Revolucionaria.
“No hubo agua bendita en su primer bautismo de fuego en medio del combate
contra los enemigos de la nación, sino sangre de patriotas, una vez más
derramada en esta Isla por sus bravos hijos, en su prolongada lucha por la
libertad, en su largo camino por la independencia”.
El tiempo transcurrido no ha oxidado aquellos fusiles enarbolados por el
pueblo humilde. Es una larga historia de relevo generacional que mantiene vivas
sus tradiciones patrióticas y sustenta la certeza total de que cualquier intento agresor contra la patria será victoriosamente rechazado.
¿Y la Escuela? Pasaron varios meses, y en diciembre de 1961 la Patricio Lumumba graduó al primer contingente de administradores revolucionarios que fueron a diversas industrias de la geografía cubana.
VER TAMBIÉN “MI CHE, SOBRE LA BASE DEL EJEMPLO”
A mí me correspondió llegar a la fábrica de Jarcias Julián Alemán donde me esperaba un aguerrido grupo de obreros del henequén, con un alto promedio de edad y mucha experiencia acumulada. Varios de ellos, entre los que recuerdo especialmente a los hermanos Díaz, militantes del Partido Socialista Popular. En junio yo había cumplido 21 años, pero me sentía todo un veterano (perdonando la primera persona). Desde entonces ha llovido mucho en Matanzas y en otros lugares donde el deber me condujo, dentro y fuera de Cuba. Pero siempre he retornado a esta ciudad de bahía enigmática, que fue lo primero que divisé cuando el ómnibus comenzó a descender la cuesta en la Vía Blanca en enero de 1962 . Me enamoré de la ciudad y de una muchacha de 16 años, la madre de mis hijos y abuela de mis nietos, Hoy, 58 años después, pero con la memoria lúcida, sigo recordando a aquella Escuela mágica de estudiantes diversos, a los días de Girón, y a las memorias que más tarde hallé en las arenas de las playas del Sur, donde carboneros, milicianos y residentes cienagueros me empaparon de relatos increíbles, de antes y de después, con palabras de todos los días y letras aprendidas en la alfabetización, sentimientos sinceros y heroicidades que una vez intenté tímidamente plasmar en una serie: “Tras las huellas del Pueblo”, escrita para el periódico Girón, en cuyos archivos es posible que todavía las polillas no lo hayan destrozado todo y quede algo de la historia impresa en papel gaceta, en una rotativa de finales del siglo 19, con la memoria fresca, Sí, no te rías, como hoy, como hoy. “¿Y el optimismo?”, me pregunta Edelma, mi esposa. “El mismo, comay, ¡El mismo! (TVY)(16/04/20).
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