José Jacinto Milanés, Aniversario 200 del más romántico y loco
“Buscando el puerto en noche procelosa
puedo morir en la difícil vía;
mas siempre iré contigo, Cuba Hermosa,
y apoyado al timón, ¡espero el día!”
Roberto Pérez Betancourt
El 16 de agosto de 1814 – este año se cumple el bicentenario--, en el seno de una modesta familia de la ciudad de Matanzas –100 kilómetros al este de Ciudad de la Habana, capital de Cuba-- nació un niño que en el discurrir del tiempo sería conocido como el más romántico y loco de todos los poetas y dramaturgos cubanos: José Jacinto Milanés y Fuentes.
Caballero andante de la poesía, lírico de inspiración, moralista de pensamiento, patriota declarado, este hombre de negro siempre vestido con barba, bigote y largos cabellos oscuros se hundirá en noche de veinte años, y será entonces mito, y se tejerá la leyenda del loco de la calle de Gelabert.
Dotado de singular sensibilidad afectiva, la vida y obra de este artesano del verso trascendería por derecho propio más allá de las influencias que sobre él ejercieran sus coetáneos durante la primera mitad del siglo XIX, implícitas en muchas de sus creaciones, y esa existencia dejaría el rastro conmovedor de haber padecido una pasión inspiradora, pero, sobre todo, de destructora agonía: Un amor imposible.
Numerosos investigadores han hallado en la zigzagueante historia del bardo fuente para el análisis y la especulación ensayística y poética, apreciadas en retadoras caracterizaciones, como la del prestigioso intelectual cubano Cintio Vitier, cuando afirma que Milanés encarna, si así puede decirse, la matanceridad absoluta.
OCHO AÑOS FECUNDOS
José Jacinto vivió hasta los 49 años de edad. Pero realmente sus creaciones principales se enmarcan en un período de solo ocho años, desde 1835 hasta 1843, comprendido dentro del romanticismo de la literatura española.
Hasta 1837 se identifica en el matancero una lírica espontánea y entrega apasionada a todo lo que ama; derrama su luz literaria sobre el papel; no describe, pinta.
Desde entonces, y hasta 1840, los críticos descubrirán la mano inductora del intelectual adinerado Domingo del Monte, quien sugiere temas en la poética del vate, mediante los cuales lo lleva a tratar inquietudes sociales, reformadoras y moralistas.
A ese lapso corresponden sus composiciones El Mendigo, La madre impura, A una coqueta, El expósito, El hijo del rico, El ebrio, y otras entregas que muchos especialistas han calificado de menor calidad artística al compararla con su poesía lírica.
Refiriéndose a lo anterior, la estudiosa Carolina Poncet hace notar: “Hay un Milanés más oscuro, menos poeta pero más patriota que el Milanés romántico: El Milanés moralista y educador”.
En 1838 fue puesta en escena la obra El Conde Alarcos, primera pieza de teatro romántico cubano, la mejor de José Jacinto.
El suceso marcó el preludio del mal que se precipitaba sobre el poeta, a quien el estreno le costó angustias percibidas por sus amigos y familiares, fiebres abrasadoras y una crisis nerviosa cuya dimensión fatal puede apreciarse en que él jamás quiso asistir a la representación del drama.
Después de 1840, José Jacinto retoma la lírica. A esta etapa pertenecen De codos en el puente, El alba y la tarde, y La fuga de la tórtola.
El crítico Salvador del Valle (1846) llamó a Milanés “el primer ingenio poético cubano”, Ramón de Palma (1855) elogió su capacidad pictórica y literaria, Enrique Piñeiro (1865) exaltó su lírica y repudió su poesía moralizante, Eusebio Guiteras (1874) le concedió un talento principal para lo dramático.
“Poeta de sentimiento candoroso e infantil”, dijo de Milanés el especialista Menéndez y Pelayo, mientras Rafael Stinger, en su antología de las cien mejores poesías cubanas, estima que las composiciones más famosas de José Jacinto pecan de “una fastidiosa manía de sermonear”.
Por su parte, el laureado profesor Salvador Bueno ha considerado que “el amor a lo más esencialmente nuestro hace imperecedero el aporte fundamental de Milanés a la poesía cubana”.
En 1958 el intelectual cubano Cintio Vitier opinaba que lo determinante en la vida de José Jacinto fue “el tema de la pureza”, y el literato norteamericano Henry Wadsworth (Longfellow), contemporáneo con el matancero, en su época no titubeó en calificarlo como “el más eminente poeta cubano”.
Como puede observarse, aunque controversial, el análisis cualitativo de los especialistas citados reconoce valores indudables en la obra del matancero.
NOCHE DE VEINTE AÑOS
A través del tiempo se tejieron comadreos entrelazados con testimonios y circunstancias familiares, hasta conformarse una leyenda que mezcla realidades históricas con fantasías para referir la larga noche oscura de Milanés.
Ese período ocurre a partir de 1843, cuando el cantor cae en una especie de idiotismo y, como afirman algunos de sus biógrafos, vaga como una sombra por la abovedada casona donde vivió y murió, actual sede del Archivo Histórico de Matanzas.
La génesis de su drama real muchos la identifican con la pasión que se desbocó en Milanés por su prima hermana Isabel de Ximeno –Isa--, que a los 14 años de edad era ya una mujer muy hermosa.
Pero el pretendiente era un hombre pobre, doblaba la edad de aquella por la que sufría, y su amor no era bien visto por los padres de la niña, informada y visible en el balcón de su casa, demasiado observable justamente desde la acera de enfrente, donde residía el bardo...
Hacía dos lustros que José Jacinto mantenía un noviazgo formal con Dolores Rodríguez, una joven citadina. El conflicto de la ruptura con esta, sumado a las negativas de los familiares de Isa, sugieren haber desempeñado un papel catalizador en las crisis nerviosas del poeta hasta desembocar en locura total.
El 14 de noviembre de 1863 falleció José Jacinto.
A las cuatro de la tarde salió el cortejo fúnebre desde el Liceo de la ciudad. La prensa de la época reseñó que unos 60 caballeros vestidos de riguroso luto lo acompañaban. Uno de ellos llevaba un cojín de terciopelo negro sobre el que descansaba un ejemplar de las obras del poeta, y sobre este una hermosa pluma blanca. Otro portaba una corona de laurel.
La pasión y la obsesión son estados emocionales que han caracterizado a más de un poeta en el mundo. De esto no han estado exento varios bardos matanceros a lo largo de la historia literaria de la bien llamada Atenas de Cuba, al punto de conducirlos a la demencia. Pero esas son otras historias, en las que igualmente los versos se alimentan de inspiración y agonía.
En este aniversario 200 del nacimiento del poeta, su memoria sigue presente en los amantes de la lírica, en su antigua morada, en el parque al costado de la Catedral, en la calle de Milanés, en el recuerdo amable de los matanceros, en la cultura cubana, donde quiera que el amor nuble los sentidos de un hombre y este salga a la calle a clamar el nombre de la amada, o en la figura inclinada sobre la baranda del puente, que extravía su mirada en aguas infinitas del río, presurosas, en pos de la bahía…
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