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DEBATE ABIERTO, la página de Roberto Pérez Betancourt

Buenos días, ¡Abracadabra!

Buenos días, ¡Abracadabra!

 ¿Existen las palabras mágicas? ¡Por supuesto que sí! 

Roberto Pérez Betancourt 

 No  me refiero a las del tipo  “Ábrete sésamo”,  que Alí Babá pronuncia en el cuento clásico de Las mil y una noches para penetrar en  la gruta donde guarda el tesoro acumulado con la ayuda de sus 40 ladrones, ni al “Abracadabra” de los ilusionistas, que antecede al alumbramiento de un conejo dentro de una chistera.

   Hablo de la vida real y del largo inventario  de vocablos y frases que al pronunciarlos  poseen la virtud de iluminar sonrisas, abrir las puertas y ventanas del corazón,  transmitir paz, felicidad, tranquilidad  física y espiritual;  de tornar la cotidianidad mucho más agradable.

    Una jerga de neologismos malsonantes ha ido apocando la cortesía: “Acere, ¿quévolá enel gao? ¿La temba se giró pa’l binei o estapasmá? ¡Si no tequita del medio te bajo un avión!

   ¿Usted entendió lo anterior? Le ayudo a traducir, por si acaso: Amigo, ¿qué problemas tienes en la casa? ¿La abuela te dio el dinero o no tiene?  Con su permiso, ¿me permite pasar?

    Buenos días, gracias, me hace el favor, tiene usted la bondad, le ofrezco disculpas, sería tan amable, agradezco su atención, dispense la molestia... y muchas otras frases gratas al oído, lamentablemente están en decadencia.

   Usted las ha escuchado antes. Pero concordará en que han ido  desapareciendo del lenguaje coloquial, incluso cuando su empleo  debiera formar parte de lo que llamamos ética profesional. 

   Recientemente presencié en un establecimiento comercial cuando un  empleado, al borde de la histeria,  vociferaba al público que no entrara porque él estaba solo y le podían robar.

    Ante el reclamo de que fuera más cortés, el hombre pareció no entender lo que le exigían. Evidentemente él nunca ha sido entrenado para utilizar palabras mágicas. No es un caso aislado.   

   “¡Cuidaíto con que cruce alguien, que ahora estoy limpiando! ¡Tienen que esperarse!”, frase recurrente escuchada en pasillos, entradas, salones y otros sitios de dependencias públicas a donde acuden numerosas personas para tramitar asuntos de urgencia.

    Por supuesto que no todos se comportan así. Existen excepciones. Pero el  fenómeno del trato vulgar al hablar se reitera en las relaciones interpersonales, y sobre todo entre empleados y clientes de variados sectores.

   Lo sorprendente es que quienes se expresan mal, generalmente lo hacen con una naturalidad que no suena a intención de ofender, sino a falta de educación elemental. Sin embargo...

    “Todo el que habla de palabras está hablando de conductas”, dice la médica psiquiatra Elsa Gutiérrez Baró, y añade que hay que cultivar los sentimientos  superiores en el hombre desde pequeños; la lealtad, el concepto del sacrificio, el amor a las gentes y a la naturaleza, la disposición de luchar por las causas justas...

      El testimonio aparece en el libro Hablar  sobre el hablar, de la eminente periodista Mirta Rodríguez Calderón  (Ed. Ciencia Sociales, La Habana 1985), una obra de plena vigencia en donde vocabularios y actitudes se funden en un análisis enriquecedor de múltiples aristas.

   Por supuesto, se trata de un asunto  primario y de ocupación permanente en la convivencia familiar, que debiera constituir materia sistemática en la instrucción escolar y la formación profesional. Pero no como iniciativa aislada de maestros emprendedores, sino como asignatura básica para todas las edades.

    Cultivar la sensibilidad, trascender la espontaneidad y transmitir en forma directa los valores que encierran las palabras mágicas del buen decir y del buen hacer, a juicio de  quienes saben,  es tarea de abuelos y de padres, de maestros y doctores:   responsabilidad de la gran familia que llamamos sociedad.

 

 

 

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