Vigentes principios de Primera Declaración de La Habana
Roberto Pérez Betancourt
Con iguales fundamentos de hace 49 años, hoy se mantienen vigentes los principios de la Primera Declaración de La Habana, aprobada por más de un millón de cubanos, el dos de septiembre de 1960 en la Plaza Cívica, después nombrada Plaza de la Revolución José Martí.
La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, suceso inédito en los anales de Latinoamérica, fue legítimamente constituida como fuente de derecho democrático.
Allí la voluntad popular condenó la resolución que, a instancias de EE.UU., habían aprobado los cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA) en agosto de 1960, encaminada a aislar y sentar bases para la abierta intervención militar estadounidense en la Isla, (texto anulado semanas atrás).
Para endulzar sus propósitos a los oídos de los cancilleres enviados por gobernantes venales, la representación norteamericana anunció un préstamo de 600 millones de dólares a naciones del área, sin ocultar el garrote con el que esperaba golpear el "atrevimiento" cubano de desacatar la prepotencia norteña y aspirar a autogobernarse.
La historia recuerda la actitud digna de los cancilleres de Venezuela, Ignacio Luis Arcaya, y el de Perú, Raúl Porras Barrenechea, quienes desconocieron las instrucciones abyectas de sus respectivos gobiernos, se negaron a firmar la declaración de San José, y posteriormente renunciaron a sus cargos. También el verbo justo y afilado del cubano Raúl Roa, que le valió el calificativo de Canciller de la Dignidad.
Luego de desmenuzar los infundios y premeditaciones plasmados en ese documento, Fidel caracterizó aquella reunión: "Se estaba afilando allí el puñal que en el corazón de la Patria cubana quiere clavar la mano criminal del imperialismo yanki".
El líder revolucionario reiteró la decisión de Cuba de no admitir los tradicionales injerencismos en sus asuntos internos y expuso el propósito de los cubanos de avanzar en la construcción de una patria digna y soberana.
En ejercicio de esa soberanía, el pueblo cubano ratificó el establecimiento de relaciones diplomáticas con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Popular China, y aceptó la ayuda solidaria que brindaban ambos países en caso de que la Isla fuera invadida.
Otros acuerdos trascendentes fueron los de cesar el Tratado militar con EE.UU., que desde años anteriores había impuesto la nación norteña a Cuba, y suprimir relaciones con el régimen de Taiwán.
El fervor revolucionario se desbordó cuando Fidel Castro rompió un ejemplar de la injerencista resolución de la OEA, negándole cualquier valor representativo de la voluntad de los pueblos americanos.
En un contexto caracterizado por continuas agresiones del gobierno estadounidense, opuesto al avance de la Revolución y de leyes populares que se habían dictado a favor de los campesinos y los trabajadores todos, la respuesta contundente de los cubanos fue la aprobación unánime de la Primera Declaración de La Habana.
El documento contiene principios que signan propósitos soberanos de la mayor de las Antillas y proclaman los derechos del hombre latinoamericano.
Sus proféticos vaticinios se materializan hoy en los avances políticos y sociales, y de cooperación mutua entre países latinoamericanos y caribeños.
Sin medias tintas, "condena enérgicamente la intervención abierta y criminal que durante más de un siglo ha ejercido el imperialismo norteamericano sobre todos los pueblos de América Latina".
Y Añade: "...al extender la amistad hacia el pueblo norteamericano --el pueblo de los negros linchados, de los intelectuales perseguidos, de los obreros forzados a aceptar la dirección de gángsters--, reafirma la voluntad de marchar ’con todo el mundo y no con una parte de él."
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