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DEBATE ABIERTO, la página de Roberto Pérez Betancourt

Plácido en el aniversario 200 de su nacimiento

Plácido en el aniversario 200 de su nacimiento

Roberto Pérez Betancourt

 

   Este 18 de marzo se conmemora el bicentenario del nacimiento de un patriota y artista indispensable en la poética cubana: Gabriel de la Concepción Valdés, más conocido como Plácido y cuyos 35 años de existir transcurrieron en  escenarios de tres provincias, hasta morir fusilado a manos del despotismo colonial español el 28 de junio de 1844.

   La Habana, Matanzas y Las Villas conocieron en el siglo   XIX los andares y vivencias de este lírico   romántico y festivo en quien no faltó la inspiración por el ansia libertaria de su Patria, al extremo de costarle la vida cuando apenas comenzaba a crear.

   “Huérfano” de padres vivos, artesano de la imprenta, la madera, el carey y  la plata, aunque no sufrió los rigores de la esclavitud de la época,  arrastró consigo dos de las “calamidades” más señaladas de entonces: hijo bastardo  y mulato, mirado con ojerizas por blancos de    almidón y negros de barracones.

   Debió de haberse llamado Gabriel de la Concepción Ferrer y Vázquez, pero fue fruto de amores clandestinos entre la blanca bailarina Concepción y el mulato Diego, peluquero.

   A pocos días de su nacimiento, la madre decidió que su mulatico pesaría demasiado en sus ambiciones faranduleras y lo colocó en la Casa de Beneficencia y Maternidad habanera, donde todos los  internos adoptaban el apellido Valdés por el obispo fundador de la institución.

   Meses después, quizás abrumado por la conciencia, el padre se hizo cargo del chico, quien ingresó en la escuela a los 10 años de edad y dio sus primeras muestras de talento poético a los 12, cuando redactó su soneto “A una hermosa”.

   Marchado el progenitor a México, lo dejó al cuidado de la abuela. Estrecheces económicas  impelieron al muchacho  a probar suerte en el aprendizaje de oficios.

   Con singular habilidad moldeaba conchas de carey para hacer artísticas peinetas, artesanía que lo llevó por vez primera a la ciudad de Matanzas  en el año de 1826, donde se desarrollaba un fuerte movimiento literario.

   Allí  Plácido enriqueció su  cultura y desarrolló  aptitudes   hasta que en 1832 retornó a La Habana, ocasión en la cual entró en contacto con otros poetas y se enamoró de Rafaela (Fe), hija de una negra esclava. La muchacha falleció víctima de cólera. Al año siguiente el bardo obtuvo premio con su poema “La Siempreviva”.

   En 1836 estableció relaciones con una joven de piel blanca, pero debía mantenerse en el anonimato. Él la nombró Celia en sus inspiraciones. A ella le dedicó su poema: “A una ingrata”, uno de cuyos fragmentos dice:  

 

Basta de amor: si un tiempo te quería

ya se acabó mi juvenil locura,

porque es, Celia, tu cándida hermosura

como la nieve deslumbrante y fría.(...)

 

 Ruptura amorosa, problemas económicos, y Plácido retorna a Matanzas en ese mismo año, cuando hace nuevas relaciones con literatos, colabora como redactor en el diario La Aurora y se sorprende con la agradable visita del poeta  José María Heredia, conocedor de su obra.

   Uno de los atributos que más destacan  especialistas al considerar la creación  del artista es su espontaneidad versificadora, que lo lleva a reflejar la cotidianidad y ganar simpatías entre  populares amantes de la poesía.

   Correspondiente al período del romanticismo, sin desdeñar su finura expresiva, algunos críticos resaltan que Plácido captó el espíritu de lo cubano surgente, y de él expresó el eminente literato cubano José Lezama Lima: “Fue la alegría de la casa,  de la fiesta, de la guitarra y de la noche melancólica. Tenía la llave que abría la puerta de lo fiestero y aéreo.”

   La poesía de Plácido ha despertado siempre controversias entre quienes se afanan en ubicarlo dentro de determinados parámetros socioculturales,   subrayan lo que consideran “debilidades y ausencias de enfoques ideológicos”.

   Otros analistas resaltan la naturalidad de sus expresiones y recuerdan que, un siglo después de redactados, los poemas de Gabriel de la Concepción seguían siendo recordados incluso por quienes desconocían al autor, y en pleno siglo XIX era el de mayor aceptación y divulgación en Cuba,  donde se le consideraba como uno de los poetas de mayor sensibilidad.

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