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DEBATE ABIERTO, la página de Roberto Pérez Betancourt

Variantes del verbo luchar

Variantes del verbo luchar

Roberto Pérez Betancourt

Luchar, verbo transitivo, en nuestro idioma puede significar: contender dos personas a brazo partido, pelear y combatir. En  sentido figurado, el diccionario también le concede los significados de disputar, bregar y abrirse paso en la vida.

  En nuestra realidad socioeconómica, barrio adentro,  luchar, con  esa última acepción, se ha convertido  en recurrente expresión de quienes se lanzan al ruedo de la vida para luchar la existencia cotidiana, lo que puede significar “ganarse los frijoles“.

  La diferencia  está entre los luchadores honestos, los que trabajan y recorren los mercados en busca de productos y los precios más asequibles, esforzándose por llevar a la casa el sustento diario y algo más, y los que prefieren salir a luchar la vida  ejerciendo  la especulación y la maldad para aprovecharse de  necesidades ajenas,  del descuido hogareño, o de las debilidades del otro para atracarlo, estafarlo y además restregarle la impunidad con la que actúan.

 A un ejemplar de esta calaña lo observé recientemente en la acera, frente al quiosco Di Tú, cerquita del novísimo edificio de los Tribunales, en la barriada de la Playa. Me llamó la atención que había colocado  tres piñas, una jabita con papas  y una col sobre unos  cajones de cartón.

   Una señora entrada en años, con su monedero en la siniestra,  indagaba sobre el precio de tales mercancías. 

 El ejemplar de “luchador”, con  sonrisa a lo Mel Gipson, dijo: “A un barito, mi pura”, “¿Cuánto me dijo?”, insistió la mujer, sin haber comprendido la expresión.

  Hasta mis oídos llegó la aclaración semántica: “Un fulita,  como quien dice, 25 cañitas…, un CUC,  y se ahorra el viaje a la placita. porque allí no hay de estas…”, aclaró el “luchador”.

   La mujer se llevó las manos a la cabeza y exclamó “¡Alabao!”, y me acordé de mi vecina Cuca.

  Sin poder resistir la tentación encaré al “luchador”. Me percaté de que no poseía licencia para vender  y le advertí que su conducta agiotista e ilegal podía ser penada por las leyes.

  El hombre me miró desde sus seis pies de estatura, como si tuviera delante a un extraterrestre. Luego, con la misma sonrisa anterior, observó  a su alrededor y en tono de “luchador ofendido”, desafiante,  subrayando un plural que él conocía, dijo: “¿Y dónde está el que nos va a llevar preso?”

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